Celebramos sin duda el dato de que el español es el segundo idioma más utilizado en las redes sociales y el tercero en Internet, habiéndose incrementado su empleo en un 1.100 % entre los años 2000 y 2013, si bien no resulta tan plausible su uso, que utilizando los propios términos del Instituto Cervantes y de la RAE, está siendo “zarrapastroso”, esto es, “despreciable, desaseado, andrajoso o desaliñado”, lo cual nos conduce a pensar que pese a su utilización masiva en Facebook o Twitter, no sabemos escribir en castellano.
Y es que hay gente que se equivoca escribiendo incluso a pesar del corrector ortográfico del móvil, lo cual da que pensar. Paralelamente a la extensión del español en el mundo, se constata su deficiente uso, lo cual parece un contrasentido y produce cierto desasosiego. Nuestra calidad del idioma desciende vertiginosamente a la par que nuevos usuarios se apuntan al uso del castellano o más bien, visto lo visto, a alguna lengua vernácula parecida.
Y es que si para Paco Umbral escribir era “la manera más profunda de leer la vida”, ¿qué vidas estamos leyendo en Internet, plagadas de faltas de ortografía, erratas y patadas al diccionario?
Con independencia de la realidad del dato y de lo que el mismo debe suponer de crítica tanto al sistema educativo como al empleo de las redes sociales por parte de tanto gañán, no es menos cierto que el adjetivo escogido por la RAE precisamente para definir el mal uso del idioma –zarrapastroso- no parece el más idóneo, al tratarse de un término de origen catalán que proviene de zarrapastra, o salpicadura de barro en la ropa o en el cuerpo, más propio por tanto para definir a un sujeto como Torrente, por lo que me pregunto si dentro de la propia RAE no estaremos cayendo en el mismo vicio lingüístico que se critica. Paradojas de la vida.
En cuanto al Instituto Cervantes, qué quieren que les diga. Uno, que presume de estar algo viajado por el mundo, ha podido comprobar en numerosas ocasiones que el fomento del español en determinados países es prácticamente nulo, y más de una vez me las he visto y me las he deseado para poder traducir simples señales orientativas, cajeros automáticos e incluso la carta de muchos restaurantes, lo que te obliga a pedir a ciegas, por lo que se aconseja al docto instituto público que deje de presumir de expansión panhispanista e iberoamericana y ahonde más en aspectos prácticos tales como los descritos, a fin de evitar que los españolitos de a pie y mochila a cuestas nos sintamos en el extranjero como si estuviéramos en Saturno.
En definitiva, abogamos por una mayor calidad en detrimento de la cantidad, a fin de evitar el empobrecimiento de nuestro idioma y su declive cualitativo, mucho más expuesto merced a las redes sociales.
Se apuntan como causas del mal uso de la lengua madre la mala y escasa lectura, o lo que es lo mismo, leemos poco y encima a Corín Tellado, y una deficiente educación en el conocimiento del idioma. Y es que está comprobado que en España nadie lee, quizá por eso Manuel Azaña sentenció aquello de que “en España, la mejor manera de guardar un secreto es escribir un libro”. Cierto.
El Instituto Cervantes depende, curiosamente, de dos Ministerios, el de Cultura y el de Exteriores, y a juicio del arriba firmante resulta merecedor de un suspenso en ambas materias. ¿A qué se dedican sus directivos y funcionarios si el español se emplea muy mal y en el extranjero ni nos conocen?
A falta de poder presumir de calidad, lo hacemos de cantidad, y según las estimaciones, en el año 2030 un 7,5 % de la población mundial será hispanohablante. Actualmente lo es el 6,7 %. Seguiremos creciendo en número pero sin saber escribir correctamente, limitándonos a juntar letras y mucho me temo continuaremos sin ver traducida al castellano mucha de nuestra orientación e información básica en el extranjero. Si Don Miguel de Cervantes levantara la cabeza y se asomase a Facebook pediría sin duda que le cortasen también la mano derecha. Paupérrimo, más que zarrapastroso, señores.