Por efecto de los vientos tan fuertes, compañeros del tsunami del que huía hacía Israel en mi vetusto barco, las aguas se abrieron y las gentes asombradas podían pisar donde antes estaba el mar. Más tarde se restableció el orden. Lo hemos visto recientemente en Florida en los terribles huracanes, Irma, José, María… Y ya que voy donde voy, cómo no acordarme de otro testigo importantísimo de este fenómeno: Moisés, eso sí, siglo XIV a.d.c. y los 600.000 hombres (dice el Antiguo Testamento, en sentido genérico, sin contar los niños), que le acompañaron hacia la Tierra Prometida. El viaje duró 40 años a razón de 25 km/año. Hombre, prisicas no se dieron para recorrer los 1.000 km. entre Egipto e Israel. Adelanto que no llegó ninguno a destino de los que iniciaron el viaje, únicamente sus descendientes. Yahvé se enfadó mucho con todos por sus dudas y su idolatría y a Moisés, por deferencia, le dejó ver la Tierra Prometida, sin dejarle entrar en ella, desde el Monte Nebo y murió a la joven edad de 120 años. Yo estuve allí y tampoco vi brotar el maná: la leche y la miel que le fue prometida.
Curioso personaje Moisés (Moshé, como el general del parche en el ojo, en hebreo y Musa, como la mayonesa, en musulmán). Es tenido como profeta y hombre de leyes por cristianos, musulmanes, hebreos y bahamanes. De Moisés solamente se sabe lo que la tradición dice que él escribió en su Pentateuco (yo me lo guiso, yo me lo escribo), comenzando por el Éxodo. En una zarza ardiendo (3:5-14), Yahvé le puso en claro que: “ÉL era el que era”, para empezar, y que debía llevar a los hebreos, sometidos a los egipcios, a la Tierra Prometida. Ya era añoso, 80 primaveras. Lo habló con el faraón que se avino a razones (bueno y porque estaba enfadado con él, ya que había matado a un soldado egipcio por maltratar a un hebreo), pues él era adoptado por una princesa egipcia, que lo encontró en un riachuelo en un cesto hidrofugado, preparado y abandonado por su madre que, a la postre, lo amantó. Y se avino a razones el faraón, porque Yahvé le mandó 10 Plagas que mermó a su pueblo y él dijo: ” bueno, así sí lo comprendo, que se marchen”.
Cuando estaban al Norte del Mar Rojo, aconteció el fenómeno natural de la separación de las aguas, cosa que aprovechó Moisés y los suyos para cruzar. Mientras, el faraón arrepentido por haberle dejado salir, mandó a su ejército y cuando llegó al lugar, las aguas se cerraron y perecieron, como nos enseñó el señor Heston (D. Charlton).
Pero no se acabaron las violencias, pues avisado Moisés en el Monte Sinaí, Yahvé le entregó unas placas de piedra en las que había escrito unos Mandamientos de su puño y letra. Cuando bajó del monte, vio a su pueblo que estaba adorando a un becerro de oro, hecho por Aarón, sacerdote levita, hermano mayor de Moisés, ¡que fue el primer Sumo Sacerdote de Israel! Y del que debían descender todos los sacerdotes, ¡por orden de Yahvé! (sic, vaya mano eligiendo). Aquél se enfadó y tiró las Tablas de la Ley contra el becerro, rompiéndolo todo. Vaya pronto tenía el centenario. Luego Yahvé le volvió a entregar otras Tablas con los Diez Mandamientos y por si acaso también le entregó un cofre para conservarlas: el Tabernáculo.
Algunos historiadores, sobre todo los versados en religiones comparadas, pensamos que Moisés fue una leyenda más de la zona matriz de las leyendas, zona tan dada a crear mitos y creérselos. Yo mismo he oído a los cuentacuentos en medio de un público enfervorecido En estos días somos testigos de la creación de estos mitos, (fanatizando a unos contra otros y eso con tantos medios como tenemos) y darlos como auténticos. Cualquiera hemos creado uno y lo hemos dado por cierto. Lo pasamos de un lado a otro de nuestro hemisferio cerebral con gran facilidad.
Yo no tardé tanto en llegar a Israel, a pesar del desvencijado barco. No llevaba ningún Tweety bird pintado en su casco. Aún no me explico como pude dormir varios días encajado en la litera, menos mal que soy menguadico. El avituallamiento era en el propio camarote, las propinas expresamente solicitadas, también. Una mañana preciosa amaneció en Haifa, que significa playa hermosa, puerto de desembarque, a orillas del Monte Carmelo. La ciudad había sido ocupada por bizantinos, persas, árabes… y en el 1100 los cruzados, hasta la conquista por el sultán malo de los tebeos, Saladino, en 1265, luego abandonada. Más tarde los otomanos y por fin los británicos en la Primera Guerra Mundial. Un dato para el trivial, también la conquistó en 1799 Napoleón.
Me tocó una guía que intuyo era judía pues, a pesar de su esfuerzo, se le vio pronto el plumero, no la kipá. El Huerto de los Olivos, de pasada, parecía que sumaba dos mentiras. Y llegamos a la Vía Dolorosa, que es una calle de la Ciudad Vieja de Jerusalén. Al hacerlo, asistí con horror a una manifestación de palestinos contra judíos. La guía también se sorprendió, se notaba que la desconocía. El enfrentamiento era desproporcionado, ya que los manifestantes eran niños con piedras y los judíos, soldados enormes con fusiles más enormes, que no utilizaron entonces. Las madres se ocultaban en los portales de los edificios y los hombres, dentro. Rápidamente salimos de la zona.