El gran día que yo tanto deseaba, llegó. Nos habíamos citado en la parroquia. La intención era casarnos lo antes posible. Lo nuestro había sido un flechazo. Vanesa, que así se llamaba mi amor, aunque todos la conocían por la Vane, llegaría con tres testigos: la Yeny, la Yesy y el Yonatan; tres colegas muy legales. Aunque era un poco impulsiva, alguien diría que primitiva, yo pensaba que era natural, sencilla y directa. Además daba muy bien las mechicas, en la academia de “pelu” a la que iba y que le serviría para un módulo elemental. Su melena casi era un catálogo de colores. Incluso la habían contratado en un centro de belleza, a tiempo parcial para lavar pelos. Para mí era un bellezón, pivón decían sus coleguis, con algún tatu tipo Kiss y dos piercing; uno en los labios, que dice que era muy divertido y otro en la lengua; éste le hacía tener un habla peculiar.
Yo era algo diferente. Ya trabajaba de ayudante de mecánico de motos, después de hacer mi FP1, incluso me había trucado una de 125 cc., sacándole más potencia y la había tuneado con llamas y morados. Precisamente la moto es lo primero que vio la Vane, cuando yo acompañaba a un compañero a su barrio. La invité a subir y subió la adrenalina y entró el amor…
Ahora me había matriculado de FP2, después quería hacer ingeniería mecánica. Ahorraba para poder ir a las competiciones de motos que se celebraban cerca, me asombraba como las preparaban para las carreras. Me colaba por los paddock, hasta que logré que me diesen credenciales para estar en ellos, sin que me echasen, cosa que habían hecho varias veces. Lo preguntaba todo. Quería ser un día mecánico de motos de competición, ese era mi sueño. Lo iba a conseguir. Me estimulaba además haber conocido a la Vane por las motos, mis dos pasiones. Y hasta nos íbamos a casar por lo legal, por la iglesia; mi madre me lo pidió y a la Vane le pareció exótico.
La Vane y los suyos tardaban. El párroco se impacientaba pues tenía otros compromisos que atender. Era extraño tanta impuntualidad. Casi una hora de retraso.
La cita era a las 8 de la tarde y ya eran las 9,30. El cura se tuvo que marchar.
Llamé a la Vane. Me contestó muy enfadada, diciendo que ya estaba bien; una hora y media más tarde de la quedada y yo no había acudido. Le dije que no entendía, pues la cita era a las 8 en la parroquia. Mentiroso, me contestó, yo si estoy en La Parroquia, casi pedo y tú, no. Esa era la quedada. La qué, le pregunté. Querrás decir la cita, le dije.
Ya está el niño pijo, rectificándome. Pa que veas, también están la Yeny, la Yesy y el Yonatan, los cuatro casi pedos por las litronas de birra que nos hemos tomado, todos en La Parroquia; no creo que los cuatro nos equivocásemos de sitio, so listo.
No puede ser, le dije, yo si estoy, hasta con el cura, que se ha tenido que marchar y no he tomado ni el vino de la misa o el agua bendita. ¿Cura?, me preguntó, y yo con los parroquianos, ja, ja, ja, hasta ha venido el Yoyas, que reparte más que tu cura.
La parroquia en la que estoy, la de la cita, es la de San Blas y el párroco, D. Damián. ¿Cómo se llama la tuya?, le pregunté. Andá éste, cómo se va a llamar, pues Taberna La Parroquia, desde que el Félix la montó, el mejor garito del barrio del polígono, con música k-pop, trap, subnopop con Ojete Calor o Los Ganglios, hasta folktrónica a tope.
¿Sabes lo que te digo?, Luis, el Ruedas, que así te llamamos, que te quedes con tu cita y tu D. Damián en tu parroquia, que yo sigo con mi vida, con mi gente y, además, me gusta más la moto del Yoyas, con la que se puede hacer el cabra, hasta para darle puño dentro de La Parroquia, con su humo y su ruido, quemando rueda.
Me colgó y me quedé triste. Pero la verdad es que, al cabo de un rato, pensé que había sido una buena experiencia, pero que no me aportaba nada. Además por el piercing en la lengua todavía sonaba peor por teléfono. Un día hasta casi me partí los dientes con un morreo. Me quedé pensando que el de los labios no lo había visto nunca; seguro que me había engañado y no lo tenía. Solo recordaré sus risas cuando montaba en bicicleta.