Dícese en el argot químico de aquellas tierras que contienen elementos del grupo IIIB de la Tabla Periódica. En román paladino, básicamente hablamos de terrenos ricos en metales. Un proyecto minero amenaza el ecosistema manchego y el Campo de Montiel va a presentar batalla ante lo que califican un despropósito, con d de disprosio, y un expolio en búsqueda de la ansiada monacita gris, mineral muy preciado para determinadas producciones aparentemente respetuosas con el medio ambiente tales como la fabricación de turbinas eólicas, coches híbridos, láseres y bombillas de bajo consumo, aunque también para derivados de la industria armamentística.
Más raro que la tierra resulta entender que el controvertido proyecto cuente con el plácet del gobierno regional y de sus aliados morados. El principal cliente y destinatario de la monacita, como no, es China, que todo lo remuele a su paso, y que pretende echar por tierra hasta la propia tierra. Prueba de ello es que el elemento químico de marras ha generado conflictos comerciales entre la Unión Europea y China, a cuenta del monopolio para su uso, y que hasta la fecha se ha llevado a cabo desde el gigante dragón asiático.
Mientras que el Gobierno central en funciones ni está ni se le espera, y el regional mira hacia otro lado, los recelosos vecinos de veintitrés municipios de Albacete y Ciudad Real han optado no precisamente por cavar un hueco en la tierra y esconder la cabeza –lo que constituiría una suerte de suicidio en este caso-, sino por rebelarse ante el destrozo de sus campos. No sólo están en peligro el suelo y el subsuelo, sino también algo igual de importante: el entorno y la forma de vida de los habitantes de la zona afectada, que ni siquiera se va a convertir en un patatal, sino en una cuenca minera.
Ya le cantaba al oficio Antonio Molina con su peculiar voz aflautada, profesión que dejaba el semblante tiznado y las manos más negras que las de algún sindicato, y a partir de ahora en lugar de campesinos y agricultores ecológicos veremos deambular por estas tierras, si nadie lo impide, a barreneros de pico y marro al hombro y máquinas destroza terrenos. Si Don Quijote levantase su abollado yelmo, se liaría a palos con semejantes caciques exclamando aquello tan manido suyo de “la guerra, así como es madrastra de los cobardes, es la madre de los valientes”.
El perjuicio ecológico, una vez más, al servicio del beneficio empresarial, junto a la amenaza de dejar yermos nuestros campos. A este paso, asistiremos al fin de estas tierras, que cambiaran el nombre de raras por el de finisterra.
Desgraciadamente, en lugar de oír hablar de catas de vino o de aceite procedentes de olivares ecológicos oiremos hablar de catas y prospecciones. El
bello y bucólico campo manchego se alza en armas –reivindicativas- y la plataforma “Sí a la Tierra Viva” aglutina y moviliza tanto a vecinos como a sindicatos, organizaciones agrarias, cooperativas, consejos de las denominaciones de origen y ecologistas, que intentan impedir que, bien por las expropiaciones bien por la infertilidad, la gente pierda sus tierras.
El medio millón de metros cúbicos de agua necesarios para el proyecto minero pretende obtenerse de pozos localizados a doscientos y trescientos metros de profundidad, lo que dañará gravemente los acuíferos de una zona inserta en la Red Natura 2000. Eso bajo tierra, mientras que en la superficie se intuye tal cantidad de polvo en suspensión que los labriegos deberán pasear por sus campos con máscaras antigases. Por si fuera poco, también habrá presencia de material radioactivo como el torio y el uranio, con lo que la zona y sus vecinos amenazan con adoptar el look Chernobyl mientras los pueblos son invadidos por hordas de geólogos chafa cardos y técnicos destripaterrones.
Me uno solidariamente a la plataforma y reivindico mi oposición a la futura dureza y aridez del paisaje, en su día ya retratado por Antonio Machado, con la esperanza de que no lo conviertan en “calcáreos y desnudos montes”. La gente quiere trabajar en el campo y donde no haya huella del esfuerzo humano quedará una simple tierra estéril en estas, ya de por sí, duras y frías tierras nuestras. “No es patria el suelo que se pisa sino el suelo que se labra”. Pues eso.