Nos las prometíamos todos tan felices en 1978 creyendo haber descubierto en la nueva Constitución la piedra filosofal y lo hemos seguido haciendo a lo largo de estos años con la complacencia de que bajo su paraguas protector estábamos a buen seguro . Había que salir del paso y así se hizo, encargando el producto a un consejo de sabios que elaboró una carta magna más contra el pasado inmediato que a favor del futuro a largo, incorporando parte de las debilidades que pudieron ser motivo de confrontación e intentando conformar a todos con cesiones, semánticas como las nacionalidades o territoriales como el caso navarro que aun así no satisfizo a los vascos que votaron en contra; aunque bien es cierto que muchos otros votos positivos se debieron menos a la ilusión por lo que podía venir que al miedo por una posible vuelta atrás.
Salvo por la tragedia del terrorismo etarra fuimos felices viendo como el PSOE renunciaba al marxismo e ingresaba en la boyante socialdemocracia europea de manos de Willy Brandt y del mismo modo el PCE se salía de la órbita soviética para ser motor de la corriente eurocomunista junto al italiano PCI de E. Berlinguer y el PCF del francés G. Marchais. Entendimos que el abrazo de Santiago Carrillo y Manuel Fraga en el Club Siglo XXI en Octubre de 1977 era el fin de las rencillas y el odio, el momento de la reconciliación y de mirar al futuro con ilusión y sin ataduras. Después del susto del golpe de Tejero y la masiva afirmación democrática vimos como un preclaro Felipe González non introdujo en la OTAN en mayo de 1982 y tres años más tarde, en junio de 1985, se firmaba el tratado de adhesión a la entonces CEE.
En 1996 con el primer gobierno de Aznar y vuelta al poder de la derecha tras catorce años de gobierno socialista se consideró finalizada la transición y consolidada la democracia, pero hacía ya tres años, desde el cuarto y débil gobierno de Felipe González, que la nueva democracia comenzaba a hacer aguas sin que nadie lo advirtiera. González con 159 escaños renunció a formar gobierno en coalición con la IU de Anguita, que con sus 18 escaños le daba mayoría absoluta y se echó en brazos de nacionalistas catalanes y vascos y con ello dieron comienzo las concesiones al nacionalismo, corresponsabilidad fiscal cediéndoles el 15% de IVA e IRPF y permitiendo el desarrollo total de los estatutos de autonomía de ambos con las consiguientes transferencias.
Tras quedar en minoría con 156 escaños, el primer gobierno de Aznar siguió por los mismos derroteros al necesitar el voto nacionalista y con ello de nuevo la ampliación de concesiones que en este caso resultaron aún más caras, pasar del 15% al 30% la cesión por IVA e IRPF, crear un nuevo sistema de financiación para Cataluña y ampliar las transferencias en Justicia, Educación, Sanidad y Empleo, todas ellas capitales y embrionarias de lo que hoy es el independentismo catalán y vasco. Felipe González y José Mª Aznar pecaron de ingenuos confiando en la buena fe de Jordi Pujol y éste aprovechó la circunstancia para comenzar a sembrar la semilla que con el abono regalado de Zapatero dio el fruto envenenado que hoy nos toca digerir. Felipe González quizás por no querer dar la imagen de un regreso al Frente Popular en una coalición con IU, se echó en manos de la derecha más carca, egoísta y traicionera representada por CIU y PNV. Con él comenzó el declive de la inmaculada democracia; volvía la corrupción a instalarse en el sistema como lo hiciera en los anteriores y los nacionalistas aprovecharon ambas, corrupción y debilidad para ponerse de perfil frente al terrorismo , llenar las arcas a costa del Estado y volver con paso firme al camino de la autodeterminación y la independencia.
Han pasado los años y aquellos que en su momento hablaron de reconciliación y entendimiento han desaparecido al igual que su legado. Hoy una nueva generación de políticos de la izquierda comenzaron con Zapatero y continúan con Sánchez su vuelta al guerracivilismo, a la revancha y al odio, a volver a dividir de nuevo a los españoles cuando todo estaba casi olvidado, a esconder tras la pantalla de un renovado y caduco antifranquismo su propia incapacidad para ofrecer las ideas y soluciones que el pueblo reclama para sus problemas.
La crisis que Zapatero no vio venir y con ello su pésima gestión de la misma dio lugar al movimiento de protesta ciudadana que culminó con la creación de un partido político, Podemos, de implantación urbana y naturaleza entre el comunismo estalinista y el populismo bolivariano. Por otro lado, la continua cesión al nacionalismo por el Gobierno de Zapatero así como el abandono a su suerte de más de la mitad de la ciudadanía catalana no independentista, hizo surgir en Cataluña un movimiento ciudadano que en 2006 se convertiría en un nuevo partido político, Ciudadanos, que ganó las últimas elecciones catalanas tras el 155 y que hizo en 2015 su aparición y consolidación en la política nacional, con una notoria ambigüedad no exenta de grandes dosis de populismo y oportunismo. Más recientemente, la extrema debilidad mostrada frente al secesionismo catalán por los gobiernos de Mariano Rajoy y el continuado fracaso de su defina Soraya, rematados con un indeciso, suave, inútil y contraproducente 155, dio alas al resurgimiento de la extrema derecha, hasta ahora dormitando a la sombra del PP, que ha sabido llegar con su mensaje populista y utópico a muchos españoles que sufren la fobia nacionalista o ven en peligro la continuidad de España como Nación.
Llegados a este momento, el sistema bipartidista que gobernó España en las últimas cuatro décadas, corrupto y mal gestionado, es el que ha dado paso y es responsable de la italianización de la política española, que va a dar lugar a una España ingobernable con un Estado débil que, como del árbol caído, los independentistas vendrán a hacer leña hasta hacerlo quebrar y desaparecer. La superficialidad, el populismo, la carencia intelectual, el oportunismo, la ausencia de visión de Estado, el transfuguismo, el mercadeo y otras ausencias más que descalifican a la actual clase política española están gestando la mayor crisis social y política conocida en España tras la dictadura. Si a ella añadimos la crisis económica que los más avezados especialistas intuyen, corremos el riesgo de que en el recuerdo del triste final del siglo XIX en el que España dejó de ser Imperio, en la mitad del siglo XXI España deje de ser España.
La Constitución fue tan generosa y tan incautos sus redactores que su debilidad es preocupante y la necesidad de reforma urgente. La misma legalidad que la Constitución confiere a la permanencia y seguridad del Estado es la que está contribuyendo a destruirlo.