Y me voy a centrar en dos personas, personajes ilustres, que han ayudado mucho, uno a la medicina y el otro al desarrollo de la química orgánica, que permitió profundizar en el desarrollo y descubrimiento de sustancias y materiales esenciales, tales como petróleo y sus derivados, aceites, pinturas, fármacos, pesticidas, herbicidas, pantallas táctiles…
El primer soñador es Galeno de Pérgamo, médico griego de finales del II y principios del III (parece que murió el 216 dc). Y me centro en su época en la que sirvió y vio morir a varios emperadores romanos, sobre todo en las campañas de Galia y Britania, por el norte y el Imperio Parto en Asia (antiguo Irán), con capital en Ctesifonte (para los de Albacete, sin Gallego, que no los honramos con una de nuestra mejores calles), donde todo emperador que se precie quería dominar, destruir y saquear, en pago a las centurias que lo lograban, como complemento salarial.
Por aquellos entonces, se propagó la peste antonina en “honor” a unos de los emperadores con este nombre. Era la viruela. Se observó que se difundía entre personas al estar en contacto con infectados e incluso utilizando sus ropas. Esto fue utilizado para el “asesinato” por infección a algún jefe pretoriano romano proporcionándole ropas contaminadas. Septimio Severo, primer emperador norteafricano, divinizado tras su muerte por los Patres Conscripti, senadores, utilizó a sus muertos infectados, arrojándolos dentro de la capital sitiada de los partos para contagiarlos.
Galeno logró que el emperador le hiciese caso, aislando a los enfermos junto con los que habían estado en contubernium (que no, que no era hacer una orgía, que este palabro indica la unidad mínima de una cohorte, formada por 8 legionarios que compartían tienda). De esta forma, la Autoridad Imperial Sanitaria, formada por Galeno únicamente (se creerán algunos hispanos que han inventado algo 19 siglos después) salvó miles de vidas entre soldados y acompañantes. Lo tengo como el primer confinamiento. No consta que en la Vía Serranum de Roma hubiese cacerolarum para protestar.
Los emperadores temían que Galeno se infectase, pero él decía que estaba inmunizado, cosa que 16 siglos después se comprobó que lo estaba. Recetaba beber leche de vaca, vamos un visionario. En el siglo XVIII, el investigador inglés Edward Jenner, comprobó que las mujeres que ordeñaban las vacas no contraían la viruela. Observó que estos bovinos pasan una viruela vacuna, que no era agresiva para el hombre. Se atrevió a inocular a los hombres con el virus de la vacas, consiguiendo el éxito de la inmunización contra la viruela humana. Hala, ya sabemos de donde proviene la palabra “vac una”. Galeno que diseccionaba animales, contrajo la viruela vacuna, inmunizándose, sin ser consciente. No le dejaron diseccionar personas. Tampoco pudo operar a la augusta Julia Domna, esposa de Septimio, de un oncos o cáncer de pecho. Se lo diagnóstico y comprobó que estaba muy extendido.
Cuando volvió victorioso Septimio Severo de su victoria parcial contra los partos, organizó unos juegos en el Circo Coliseo, que tenía una capacidad de 250.000 personas, con una calle de 700 m. de larga por 200 m. de ancha, en la que participaron sus augustos hijos en sendas cuadrigas; Antonino, que fue emperador y su hermano Geta, al que mató. El premio era para el tercero, pues los dos primeros estaban adjudicados a sus hijos, con la advertencia que si les ganaban los mataban. Eso lo sabían los corredores de apuestas que, aunque ilegales, hacían buen negocio y eran muy populares.
Y otro que soñó y logró que su extravagante actividad onírica sea el más productivo para la humanidad, fue August Kekulé, químico orgánico alemán del siglo XIX. Demostró que el carbono es tetravalente, cuando se une a otros elementos y que sus átomos pueden unirse entre sí formando largas cadenas para formar anillos de átomos, la estructura del benceno, que había sido descubierto por el inglés Faraday. En Londres se utilizaba grasa de foca, que producía gas, para alumbrar. Se almacenaba en bombonas y con el frío el gas se licuaba, desaparecía la luz urbana y aparecía los malos haciendo fechorías. Obtuvo benceno del carbón con moléculas de anillos aromáticos, fórmula C6H6, como todo el mundo desconoce, sustituyendo a las pobres focas .
Una noche Kekulé, después de una opípara cena, de regreso a casa en un coche de caballos, con el ritmo de los acompasados cascos sobre el adoquinado milimétrico londinense, se adormiló y vio como unos átomos de carbono bailaban y se combinaban entre ellos. El cochero lo despertó y no pudo saber en qué terminaba el sueño. Anotó lo soñado y no llegó a una solución, hasta que 7 años después (le costaba coger el sueño onírico), ya en Gante, en su chimenea, Kekulé volvió a soñar y vio a los átomos bailando.
Aquí, he investigado y hay dos corrientes de intérpretes de los sueños; unos dicen que soñó con los ouroboros (no eurobonos) o serpientes que se comen la cola, formando anillo. A mí me parece más visual la interpretación de que fueron seis enanitos que se cogía de las manos, formando el anillo de benceno. Cada enano era un átomo de carbono. Y gracias a eso, como decía al principio, tenemos desde el nylon, pinturas, Valium, aspirina, penicilina, etc. a la pantalla táctil desde la que me estás leyendo.
Y más célebre que el conocidísimo Oktober Fest, o fiesta de la cerveza, en 1890, se organizó el Benzol Fest, en honor al bueno de Kekulé, padre de la Química Orgánica, que dijo a los asistentes: “soñemos, caballeros, así, quizá, encontremos la verdad”.