En el año 2010 el politólogo norteamericano Charles Kupchan, en el arranque de la crisis del €uro, escribió:”La Unión Europea se está muriendo. No una muerte súbita, sino una tan lenta y constante que un día nos daremos cuenta de que la integración europea dada por hecha durante el último medio siglo ya no es”. Las democracias europeas no están en coma, pero afrontan amenazas numerosas y peligrosas. Además no es problema menor, la debilidad de la respuesta democrática a las mismas, ni las derivas laxas en el ejercicio de los valores y principios fundacionales. Hemos de saber que la crisis es más político-institucional que económica. Fue la opción política deliberada de responder a la crisis financiera con un enfoque nacional y no europeo – la fatal decisión de la Canciller Merkel de imponer rescates nacionales a la banca y al sector automovilístico en 2009 – la que abrió las grietas de la división nacional, principal hándicap que nos impide salir del agujero.
Consecuencia: un conjunto de políticas erróneas –austeridad indiscriminada para todos, un Banco Central maniatado y un problema migratorio tratado de manera inhumana – que han precipitado a Europa en su mayor crisis, cuando se cumplen 66 años de la declaración Schuman, origen de la actual Unión Europea (UE). Resultado: deslegitimación de las instituciones europeas y desprestigio de la idea de Europa. Con un efecto político perverso: dejar inermes, ante una ciudadanía perpleja y enfadada, también a las democracias nacionales, que han visto cómo sus Parlamentos y sus votos no cuentan.
Uno de los grandes riesgos a los que se enfrenta la Unión Europea es su nostalgia del pasado. Tanto en el este como en el oeste se pretende afrontar los grandes problemas de hoy con soluciones de ayer. En los países de Europa occidental el declive del sentimiento europeo es, una reacción a la crisis económica que nos ha golpeado muy duramente en los últimos años. En algunos sectores de la sociedad europea se ha extendido un sentimiento de decepción, al que también han contribuido algunas de las políticas orientadas a la recuperación. Se confiaba en que el proyecto de integración europea sería una relación por la que todos – países y ciudadanos- resultaríamos ganadores. Sin embargo la crisis ha desdibujado esa imagen. Los niveles de desempleo, especialmente los niveles de desempleo juvenil, y la brecha social en los países más golpeados por la crisis han hecho surgir el desencanto. En aquellos que han sufrido menos, se siente que la solidaridad europea ha supuesto un lastre para su economía.
La apertura de las fronteras, las sociedades y las economías nacionales, conlleva incertidumbres y una menor capacidad de control. Es la contrapartida de todas las ventajas y los nuevos horizontes que nos ha abierto el mundo global. Los partidos políticos que han canalizado esta desilusión proponen unas medidas que van más allá de la vuelta a las fronteras nacionales. Escudados en los riesgos que supone la apertura de las sociedades, propagan un mensaje de indiferencia y, a veces, de rechazo hacia lo extranjero, como comprobamos en la cuestión de los refugiados. Según ellos, hay que defender lo propio de cada nación por todos los medios, incluidos los que ponen en peligro el Estado de derecho. De la crisis de los refugiados saldrá una Europa irreconocible, o en su paisaje humano o en su jerarquía de valores, porque Europa todavía no ha empezado a enfrentarse con la verdad desnuda: esto no es un fenómeno coyuntural o de temporada, sino el principio de una época nueva en la que será creciente la presión de millones de refugiados y fugitivos de las guerras y de la pobreza, agolpados ya en nuestras puertas.
Para unos el desencanto de la globalización sirve como pretexto para volver al proteccionismo y el miedo al extranjero, endulzando los recuerdos de las fronteras nacionales. Para otros, sobre todo en los países del este, la afirmación de la soberanía nacional es la excusa para rechazar la integración europea y añoran el estado nación que nunca tuvieron en su plenitud. En ambos casos son justificaciones para cuestionar los fundamentos del proyecto europeo. A unos les falla la memoria y a otros les traiciona su anhelo.
En éstas estábamos, cuando el viernes día 6 de mayo el Papa Francisco recibe en el Vaticano el premio Carlomagno que concede la ciudad alemana de Aquisgrán y que distingue a personalidades en el ámbito europeo. Acto que contó con la presencia de los presidentes de las tres instituciones de la UE: Parlamento Europeo, Consejo Europeo y Comisión, así como la Canciller alemana Angela Merkel. El Papa hizo pivotar su discurso sobre una pregunta: ¿Qué te ha pasado, Europa?, que él mismo se contestó con un discurso muy político e incisivo, con un mensaje directo y severo. Inspirado en los sueños del líder afroamericano de los Derechos Civiles, Martin Luther King.
Cada uno de esos sueños ha sido un varapalo a las instituciones europeas y, en particular, a algunos Estados miembros, especialistas en ponerse de perfil, en todas y cada un de las muchas crisis de la UE. El Papa dijo – “Europa se está atrincherando. Y buscando soluciones con un rendimiento político cortoplacista, fácil y efímero” -. Utilizó formidables cargas de profundidad económicas – “hay que pasar de una economía líquida, basada en el especulación y la corrupción, en la deuda y los intereses, a una economía social”. Apuntando que tras problemas como el de los refugiados “hay a menudo juegos de poder económicos”. Recomienda que “Frente a la tentación de replegarse, Europa tiene que recuperar su identidad”. Y su identidad es, “esencialmente dinámica y multicultural”, dijo. Varios países de la UE se niegan a acoger refugiados musulmanes, con la excusa de que eso provocaría tensiones políticas. El Papa Bergoglio no señaló culpables paro fue muy claro: “El problema no es la tensión política, el peligro es uniformizar el pensamiento; Europa se ha ido atrincherando en lugar de promover sus valores humanistas. Hace falta coraje para renovar el proyecto europeo”.
Los “sueños” de Bergoglio fueron una atronadora arenga:”Sueño una Europa joven capaz de ser aún madre porque respeta la vida; sueño una Europa que se hace cargo del niño, socorre al pobre y a los que buscan refugio; sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos; una Europa donde ser inmigrante no sea delito, sino invitación a un mayor compromiso con la dignidad del ser humano; sueño con una Europa en la que los jóvenes puedan tener empleos dignos bien remunerados. Sueño con una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso con los derechos humanos ha sido su última utopía.” Al terminar el discurso-arenga del Papa Bergoglio seguro que seguirá retumbando, en la sala Regina del Vaticano, la pregunta: “Que te ha pasado, Europa”