Eran sobre las tres y media de la tarde y estaba terminando con el empacho diario televisivo de horteras de lazo amarillo mareando la perdiz. Dirigentes socialistas  que habitan el limbo andaluz donde es fácil perder la memoria. Advenedizos a la política cargados de botox y maquillaje que rompen más espejos que la madrastra de Blancanieves. Universidades “masterizadas” (perdón por el palabro) y políticos ansiosos que compran sus productos o aceptan el regalo de los mismos. Políticos trincones de tierras valencianas jugando al  juego de moda, el “y tú más”. Y para postre un Partido político dedicado en cuerpo y alma a su autodestrucción, promocionando toda suerte de guerras internas, donde líder que despunta líder que se machaca o se ofrece como tributo, donde a la vista de sus protagonistas, más se hace verdadero el dicho aquel de que “el veneno se guarda en frascos pequeños”.

En fin, estaba en todo esto cuando una llamada de teléfono de una de tantas jode-siestas me ha trasladado a otro mundo, desagradable e injusto, que refleja el calvario diario que sufren millones de obreros y empleados. Me viene a preguntar la señora o señorita por una operación de seguro doméstico que le resultó fallida a una agente de su Compañía, simplemente porque en ese momento y por  razones muy personales decidía renovar con la que ya  tenía, aún saliendo algo perjudicado y después de agradecer a la agente su gran profesionalidad, constancia y amabilidad hasta en su despedida y a pesar del resultado negativo.

Era la segunda vez que me llamaban para juzgar por mi declaración si la actitud de esta empleada había sido la correcta, toda vez que no llegó a buen fin la operación que me propuso. No es la primera vez que ocurre. A cada operación que hago, aunque sea de consulta con esta Compañía de seguros, recibo al instante la llamada de algún tribunal de calidad instalado en el departamento de personal, cuyo fin no está claro si es de verdad prestar un servicio de calidad al cliente o ejercer un control  férreo sobre determinados empleados. En este caso y tratándose de la segunda llamada sobre el mismo asunto transcurridos unos días me hace inclinarme más por lo segundo.

Igual ocurre con la gestora que me ha adjudicado mi oficina bancaria, aunque es este caso son más sofisticados y te remiten un cuestionario por e-mail que si no lo contestas es como si consideraras negativo el comportamiento de esta gestora, de forma que tu despiste al no hacerlo es una manera de infravalorar el trabajo de una persona y tomar parte sin quererlo en posibles represalias hacia la misma.

Esto es solo una muestra de la presión que a diario sufren muchos empleados dedicados de alguna forma a la venta y sobre todo en la banca, los seguros y los grandes centros comerciales. Pero en todas partes cuecen habas y son cuantiosos  los empresarios que presionan a sus empleados con una cotización a la S.S. por la mitad del tiempo trabajado con la amenaza de esto o la calle, como son también considerables los que contratan y cotizan por una jornada normal pero obligan a diario a  trabajar más horas de las ajustadas.

A esta presión a veces inhumana que padecen infinidad de trabajadores cabe añadir la exigua remuneración del trabajo en las nuevas incorporaciones al mercado laboral, amparados en una crisis que ya pasó y con la única justificación de hacer la caja que no pudieron en años anteriores,  a costa siempre de los mismos. La precariedad laboral no es producto de la reforma laboral sino de la deshumanización, codicia  y ambición de los grandes y pequeños empresarios y ya se oyen entre los mismos algunas voces que claman por algo más de justicia social, no tanto por disconformidad con la situación actual sino por las consecuencias que en un futuro próximo pueda acarrearles mantener esta iniquidad.

Me asombra en todo esto que los “Sindicatos Verticales” de la democracia hayan cambiado el rojo por el amarillo y su mayor inquietud sea la de sacar a la calle a los que denominan “presos políticos”. Me sorprende también como de la noche a la mañana los pensionistas son objeto de su preocupación cuando siempre se les trató como la escoria de su militancia.

Los paniaguados sindicatos de la democracia deberían estar ya debatiendo la forma más justa  de distribuir la riqueza que genera ya  el fin de la crisis y luchar porque las condiciones de trabajo no atenten contra la dignidad humana. El problema no son los delincuentes catalanes presos por sus fechorías ni el colectivo de jubilados que son los únicos que no han perdido un ápice de poder adquisitivo en estos años de la crisis salvo por  la congelación de Zapatero. El problema está en las nuevas incorporaciones al mundo laboral donde, aprovechando los rescoldos de la crisis, muchos empresarios sin escrúpulos están contratando titulados a precio de peón y peones a precio de aprendiz, exprimiéndolos como limones y haciendo caja. Ahí quisiera ver a los subvencionados de bandera y “manifa”, en el tajo y no en la calle haciendo el gilipollas con lacito amarillo.

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Presión laboral al límite

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