Claramente no existe ningún factor moral que haga que me planté una respuesta afirmativa para la pregunta que declinan sobre las bases, sumergida nuevamente en la demagogia e incoherencia absoluta de los populistas.
Quitemos hierro al asunto, pero más que nunca seré claro en mi respuesta al populismo acuñado tristemente como “de izquierdas” en nuestro país, y digo que no tienen derecho a un chalet elitista los que han basado su posición política y situación económica actual en arremeter contra los que adquieren este tipo de vivienda al culpabilizarlos del resto de males socioeconómicos. No se escandalicen, ya sé que la Constitución en su artículo 47 dice que todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada, pero sepan también que ninguno de los que vivimos en este Estado podemos pedir ante un Tribunal, con este argumento, que se nos garantice una vivienda. Se trata pues de un principio rector deseable por el que gobernar, pero nunca una garantía de tener un techo por nacer español, ni tan siquiera persona como se recoge en la DUDH.
Entonces nos encontramos ante lo denominado por los juristas como un derecho moral, también común en el uso del lenguaje, y en este ámbito ratifico mi respuesta. Los nuevos políticos de izquierdas de este país surgidos de plataformas contra desahucios, movimientos antisistema, retahílas frente a la especulación y el ladrillo, abanderados del salario “justo”, resulta que en apenas cinco años nos asaltan con la noticia de adquirir un chalet de más de 2000 metros cuadrados de parcela propia, piscina, casa de invitados en la sierra norte de Madrid. Los mismos que habían negado el derecho a gobernar a un adquirente de un ático “más barato” que dicha vivienda por ese único hecho, los que dicen que vivir en urbanizaciones de nivel aísla del pueblo y hace que se desconozcan sus problemas cotidianos, los que piden un salario máximo al político aún cobrando un segundo salario como autónomo por repetir estas veleidades en televisión, los que apartan de sus filas a disonantes con el compadreo de las masas llamadas “bases”. Ya han salido voces claras del partido que de verdad acuñaban esta ideología y como respuesta no se les ocurre otra novedad que el argumento de que la propiedad está ubicada en un barrio con un colegio público con métodos alternativos para sus hijos.
Pero el colmo de la aberración del populismo, de cualquier populismo, es camuflarse en la democracia de su oligarquía como partido para justificar una decisión e incoherencia personal. En este sentido, trasladar una consulta sobre una decisión personal a las “bases”, vistiéndola de derecho y eliminando la moralidad ideológica es un claro ejemplo de lo que se está dispuesto a hacer en política, hasta dónde llegar en esta huida hacia adelante, corrompiendo al partido entero si le otorgan el derecho moral a comprarse esa vivienda, porque obviamente no lo poseen. Fijémonos en tantos ejemplos en el mundo actual, algunos recientes, de cómo ganar unas elecciones sin oposición, y las utilizan para investirse como demócratas.
Decidan ustedes esta semana, miembros de Podemos, sobre la coherencia moral de sus dirigentes, ya que no tienen coraje como para decidir ellos mismos en retirar su opción de compra avalada frente a un banco (caja de ingenieros, simpatizante del independentismo y que parece no ser especialmente rígida en la concesión de la impresionante hipoteca) o dimitir como ideólogos de un populismo soportado en la ideología fugaz de la redistribución “Robiniana” de la renta.
Mi respuesta es clara, porque en política no todo vale, y el tiempo juzga a los decisores por sus actos, no tanto por sus palabras, que siempre son más sencillas.
Frase célebre del escritor francés Louis Dumur: «La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos».
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