Día Internacional de la Mujer

La mujer rural ha sido durante siglos un latido silenciado en el corazón de la sociedad. Ha cultivado la tierra, criado generaciones, sostenido hogares y comunidades con un sacrificio inmenso y una valentía que no caben en titulares ni estadísticas. Entre los surcos donde el sol quema y el tiempo se mide en cosechas, ha luchado sin descanso, aunque el mundo la haya olvidado, empujándola a un pozo de sombras como si su sudor no valiera, como si su voz no mereciera eco.

Ser mujer en el mundo rural es cargar con discriminaciones heredadas que se endurecen con los años. A la desigualdad de género se suma el edadismo: ese desprecio silencioso que invisibiliza a las personas mayores y golpea con más saña a las mujeres. Y hoy, en un siglo gobernado por lo digital, una nueva barrera las aparta aún más: la brecha tecnológica. Este 8 de marzo de 2025, Día Internacional de la Mujer, no basta con recordarlas: es hora de ponerlas en el centro, de rugir su lucha, de despertar con su legado de coraje a un mundo que duerme.

El edadismo no es un término pasajero; es un prejuicio cruel que castiga a quien envejece. Atraviesa la sociedad como una corriente subterránea, filtrándose en cada rincón sin que lo notemos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula que una de cada dos personas lo practica: desde asumir que alguien mayor no puede aprender hasta menospreciar su experiencia, como si el tiempo borrara su valor. Este prejuicio nos empobrece a todos: roba a los jóvenes la sabiduría de quienes les precedieron y arranca a los mayores la dignidad que merecen. Además, para las mujeres, el filo corta más hondo. La sociedad las sentencia antes y con más dureza por envejecer, exigiendo una juventud imposible mientras las elimina del mapa con una crueldad que hiere en silencio. Según la ONU (2024), las mujeres mayores enfrentan un 30% más de desempleo que los hombres de su edad y reciben pensiones un 25% más bajas. Ser mujer del mundo rural y mayor es ser blanco doble de un mundo que idolatra lo joven y lo urbano.

En el mundo rural, esta injusticia se multiplica. Las mujeres mayores son el 60% de la población envejecida en las zonas rurales de España (INE, 2023), y sobreviven con menos: un 35% sin transporte público regular, un 20% a más de 30 kilómetros de un centro de salud, etc. En este contexto, ONU Mujeres denuncia que trabajan hasta 17 horas diarias entre campo y hogar, pero solo el 13% tiene derechos sobre la tierra que cultivan. Envejecer allí es sentir el cuerpo quebrarse mientras el sistema te da la espalda. Ellas han sostenido la vida misma y, aun así, el edadismo y la ruralidad las condenan a un olvido que duele.

Ahora, el mundo digital levanta otro muro. La tecnología, que promete unirnos, las excluye sin piedad. Un estudio reciente de la Unión Europea señala que el 65% de las personas mayores de 60 años en zonas rurales de España carecen de competencias digitales básicas, y las mujeres se quedan aún más atrás por falta de formación y acceso a internet. Trámites online, citas médicas, un simple grito de ayuda: todo se vuelve imposible sin señal, sin un móvil asequible, sin alguien que te enseñe. El edadismo digital las sentencia a un exilio silencioso en un mundo que corre sin mirar atrás. No es solo tecnología; es una discriminación que las despoja de derechos y voz.

Esto no es solo su lucha, es la nuestra. Un mundo más justo para las mujeres rurales mayores no se construye con lástima, sino con acción. Todas estamos llamadas: políticas que garanticen pensiones dignas, salud accesible y formación digital; hijas, nietas y vecinas que escuchen, acompañen y alcen sus voces.

Es hora de reescribir la historia: que el edadismo deje de ser excusa para excluir y se convierta en motivo para honrar; que lo digital no las aísle, sino que las empodere; que el mundo rural no sea destierro, sino un orgullo vivo. Este 8 de marzo, rompamos el silencio con un rugido que despierte almas dormidas. Porque si ellas caen, el suelo tiembla bajo nosotras. Y si ellas se alzan, el mundo entero se pone en pie.

Ellas son nuestras madres, abuelas, amigas; raíces de resiliencia, amor y sacrificio. No merecen migajas de compasión: exigen justicia, reivindican brillar en el mundo que construyeron con manos callosas y corazones inmensos. Por todo esto me comprometo, desde lo más hondo de mi ser, a no descansar hasta que sus voces sean un eco imborrable, hasta que cada mujer rural mayor tenga el lugar que merece.

Reivindico un 8 de marzo que no sea un susurro, sino un estallido que despierte a los ciegos, sacuda a los sordos y queme los corazones helados. Las mujeres rurales no serán discriminadas nunca más. ¡Su latido retumba, sus raíces nos sostienen, y juntas conseguiremos arrancar las espinas de este mundo injusto para que su amor, su sacrificio y su resiliencia florezcan siempre en dignidad y derechos!»

 

Dra. Ascensión Palomares Ruiz

Catedrática Jubilada UCLM

Miembro de la Directiva de UDP- Cuenca

Presidenta de la Asociación Europea “Liderazgo y Calidad de la Educación”

Premio por la Defensa de los Derechos de las Mujeres Mayores

 

 

 

MUJERES RURALES: RAÍCES DE RESILENCIA Y ESPERANZA

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