No significa que cuando se cumplen 208 años desde el levantamiento del 2 de mayo contra los franceses en la Guerra de la Independencia, dos de sus héroes, Daoiz y Velarde, hayan decidido volver para poner orden, aunque sus restos reposen “intranquilos” en la Iglesia de San Martín.
Daoiz y Velarde a los que ahora me refiero, son los dos majestuosos leones en bronce que “guardan” la entrada principal del Congreso de los Diputados desde la inauguración del edificio en l850, sustituyendo a dos enormes farolas que no gustaron nada a los parlamentarios de entonces. No sé si porque aquéllos veían demasiado o porque querían más “protección” enseñando los dientes. No hubiera sido malo haberlas dejado para alumbrar las pocas “luces” que hoy tienen algunos de sus “inquilinos temporales”. Tampoco fue gratuito que les pusieran los nombres de aquéllos héroes del 2 de Mayo madrileño.
No se si esos leones, que salieron de la Real Fábrica de Artillería de Sevilla, obra del escultor aragonés Ponzano y se fundieron con el metal de los cañones capturados al enemigo en la Guerra de Africa, fue para darles más “autoridad”, pese a que a uno de esos “bizarros guardianes” de bronce, algún memo le dejó con un saco escrotal (testículo) menos.
Son los mismos Daoiz y Velarde que hoy siguen ahí, vigilando y “protegiendo” a Sus Señorías. A los que llevan una eternidad en los escaños, y a muchos de los nuevos que aspiran a jubilarse ahí y que confunden el hemiciclo con movidas mitineras. A los que hacen de la política una profesión privilegiada, y también, por supuesto, a la gran mayoría que intenta, de verdad, servir a los ciudadanos.
Ellos, desde su privilegiada escalinata han visto pasar a tanto diputado de todos los colores, sabores, talante y nivel de inteligencia, que ya no se asustan de nada. Sí se mosquean, máxime siendo testigos privilegiados de tanta historia, leyes, buenas y malas, manifestaciones, y hasta de algún que otro intento de golpe de Estado. Están, insisto, muy recelosos con ésta mini legislatura extraña, que va y viene sin rumbo, y que pasará a la historia por estúpida e imperdonable pérdida de tiempo que ha permitido que algunos se suban al carro que nunca soñaron, aprovechando aquello de “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Los pobres leones no entienden nada. Nosotros, los cándidos ciudadanos españoles, mucho menos, por la situación rarita que están provocado, culpa de un cacao mental impresionante de quienes dicen tener responsabilidades, y querer más, como la vieja canción.
A ellos, a los ilustres ejemplares de la familia de los félidos, les da lo mismo quien mande. Saben que eso es temporal. A los españoles no tanto, aunque debemos mentalizarnos de que precisamente de nosotros depende ese futuro incierto.
El problema –otro- es que ahora fluyen por todas partes “listos”, “malabaristas”, reyes del mambo, salvadores y libertadores del mundo, en cuya genética y amistades no está el feliz entendimiento, el respeto a las normas, ideas y principios, sino que pretenden poner la casa patas arriba, salga el sol por donde salga.
Si hay que volver a votar en junio, como parece, estamos obligados a reflexionar mucho, y no dejarnos llevar por un enfado o impulso puntual. Tampoco por los cantos de sirena, ni por la salsa demagógica que tanto se condimenta en campañas electorales.
En sus cuchicheos nocturnos, los leones del Congreso, Daoiz y Velarde, creen que, pese a todo, éste tiempo de crisis política está sirviendo para que a cada cual se le vea el plumero, y por tanto, sirva de vacuna para evitar un virus y razonar bien lo que hemos de hacer el 26J. Lo estamos comprobando estos días con la huida y la reflexión de gente importante en algunos partidos políticos, como si con ellos se quisiera poner orden en la cocina. Algún veterano sindicalista, nada dudoso, acaba de declarar que “vota a los suyos sin ningún entusiasmo y tapándose la nariz”.
También a ellos, les encantará que votemos con responsabilidad y por principios consolidados, sin dejarnos llevar por los gritos más fuertes, ni por las descalificaciones más desordenadas y mediáticas, que son las que ahora privan.
Como en alguna película de Cantinflas, nuestra política no puede andar subiendo y bajando el telón constantemente, por el antojo personal de quienes se autoproclaman protagonistas y “jefes supremos” de la razón única, en busca del aplauso fácil de propios y extraños. No nos podemos permitir tanta ocurrencia. Por eso, no es raro que los leones del Congreso, Daoiz y Velarde, tengan un mosqueo impresionante. Tampoco ven nada claro, a pesar de las gafas que algún gracioso les regaló recientemente.
También ellos piensan que los votos de los ciudadanos tienen que volver a su destino natural y no cómo ocurrió en las últimas elecciones, favoreciendo en muchos casos a quienes en muy poco tiempo han tenido la “capacidad” radical de mostrar su auténtica cara e intenciones en busca de poder. Sus ideas preocupan, incluyendo la división de los españoles, de domesticar los medios de comunicación o atar corto a los jueces, tratando, incluso, de exportar a Europa buenismo canalla del terrorismo sanguinario, la apología más vomitiva a favor de los asesinos. Y todo, en aras de un “progreso” que nadie entiende.
España no puede permitir que fructifiquen políticas allende los mares, cuyos nefastos resultados estamos viendo todos los días. Hay que luchar contra eso, contra el separatismo inútil, la corrupción, venga de donde venga, el desempleo, el inmovilismo innecesario, y todo aquello que signifique división. Daoiz y Velarde, los leones del Congreso, tampoco lo aprobarían. Bastante mosqueo tienen. Y con razón. Como nosotros. Tampoco olvidemos que donde hay vida hay esperanza.