Acaba de publicar “El Mundo” la lista de los españoles más ricos en el oportuno momento en que la extrema izquierda está enzarzada en peleas metafísicas y no dispone de tiempo para dedicarlo a demonizar una vez más a quiénes por una u otra razón disfrutan de ese privilegio. Un momento también en que la izquierda más moderada e igualmente irracional está dividida entre los que disfrutan viendo a su líder remirándose en el espejo y los que luchan por su supervivencia política a meses vista, con lo cual tampoco está en situación de echar ríos de mierda sobre este puñado de españoles que poseen entre ellos más que entre el resto de españolitos juntos. Amancio Ortega ( Inditex), Rafael del Pino (Ferrovial), Juan Roig (Mercadona) y Sol Daurella (Coca Cola) son los primeros de esta lista y nada hace pensar que su riqueza no haya venido acompañada de una sólida actividad empresarial creadora de miles y miles de puestos de trabajo. Dentro de nuestra Región destacan, en el puesto 89 García-Baquero (lácteas), 155 Loriente (Incarlopsa, cárnicas), 216 Solís y 301 Ayuso (ambos bodegas), 315 Ortega (industria, Ortemar) y 319 J.M. Martínez (Industria, Ajusa), con las mismas características que los anteriores.
La riqueza y la pobreza son consustanciales a la naturaleza humana y motivo de eternos enfrentamientos a lo largo de la historia, siendo las civilizaciones más desarrolladas las más expuestas a la invasión, pacífica o violenta, de quienes envidiaban su prosperidad. El Imperio Romano sucumbió ante los bárbaros, que lo arrasaron, arramblaron con todo, sepultaron el conocimiento y retrasaron mil años el desarrollo de Occidente. El nuevo “Sacro Imperio Romano Germánico”( Roma 25 de Mazo de 1957) , ajeno al ejemplo de la caída de Roma o Constantinopla, dormita plácidamente en Bruselas y Estrasburgo mientras los pobres que desde aquí se generaron en una salvaje colonización política y económica, merodean por sus fronteras aguardando el momento de dar el salto, animados por quiénes ya están dentro y por gobernantes populistas e insensatos que no reparan en las consecuencias.
A una pregunta del general americano Vernon A, Walters contestó Franco :”Mi verdadero monumento no es aquella cruz en el Valle, sino la clase media española”. Efectivamente, esa clase media que en 1950 estaba en el 34% de la población, que en 1965 ya era del 41% y que a la muerte de Franco se situaba en el 56%, porcentaje tan solo superado en 2004 con el 58,9%, con una caída estrepitosa hasta el 42,9% en 2008 que remontó en años sucesivos hasta colocarse por debajo del 60% en 2017 con la salvedad de que más de la mitad de ese 60% corresponde a la clase media baja que va en aumento.
Mientras el Presidente no electo cultiva su imagen recorriendo medio mundo a costa del erario público y haciendo de contra-bandolero que roba a las leales regiones pobres para darlo a las más ricas que además pretenden acabar con España; mientras su vicepresidenta vive obcecada con la momia de Franco, sus ministros sufren del letargo invernal y sus socios de gobierno unos pretendiendo acabar con el “Régimen del 78” y otros luchando por descomponer España; mientras todo esto ocurre y según la Tasa AROPE (indicador europeo que mide el riesgo de pobreza) el desglose de la pobreza en España es en siguiente: El riesgo de pobreza alcanza ya al 26,6% de los españoles, tres puntos más que en 2008; la situación de pobreza severa alcanza al 6,9% y el de pobreza extrema al 1,7%. El riesgo de pobreza entre los menores de 16 años es del 31% y entre las personas que tienen trabajo está en el 14,1%. No es menos descorazonador que del total de pobres el 13,8%, 1,7 millones, poseen titulación superior.
La izquierda progresista se frota las manos. Los pobres han sido históricamente la materia prima de su negocio. Sin pobres la izquierda no hubiera existido. Desde 1867 en que se publicó la primera edición de El Capital la izquierda se ha caracterizado más por su lucha contra la riqueza que en defensa de la pobreza. Cierto es que la sociedad con ellos o sin ellos ha evolucionado a mejor, como es igual de cierto que la izquierda siempre ha procurado mantener ese poso de pobreza e indigencia que justificara su mensaje. Ahora que la globalización y el neocapitalismo dominan el mundo, la izquierda se encuentra huérfana de líderes carismáticos y desasistida de su principal argumentario, teniendo que ir a buscar, en terrenos contiguos, nuevas causas con las que seguir manteniendo viva la hoguera reivindicativa y de paso su propia supervivencia.
Así ha nacido “la progresía”. La izquierda tradicional ha dado paso a una nueva corrientes de ideas bautizadas como “progresismo”, que trata de adueñarse de toda una sociedad evolutiva por sí misma, descartando de este proceso a todo lo que no está en su entorno o no comulga con su ideario. La RAE define progreso como “avance hacia delante” y “mejora, adelanto, en especial referido al adelanto cultural y técnico de una sociedad”. No creo, según esto, que haya español que no esté por avanzar hacia delante y mejorar su nivel técnico o cultural, sin embargo la izquierda se ha adueñado del término “progresista” como si solo ellos fueran los depositarios de las esencias intelectuales del futuro de la nación.
Adueñada del progresismo hecho ideología, la izquierda ha encontrado en el feminismo, la ideología de género y el ecologismo los libros de su biblia particular, que intenta imponer en una suerte de nueva inquisición que deja en pañales a la de hace siglos.
Progresismo es quitar valor al modelo de organización social elegido por los españoles, con ataques continuos a la Constitución y sus símbolos. Progresismo es adoptar un sistema educativo que iguala al alumnado por debajo eliminando todo estímulo y espíritu de competencia para formar así una sociedad inculta, manejable y acomodaticia. Progresismo es colocar al capital y al empresario en la picota como enemigos a exterminar. Progresismo es atacar la familia tradicional mundialmente establecida y predicar la vuelta a la tribu. Progresismo es atentar contra los valores creados y creídos por esta civilización occidental cuyos orígenes está en los imperios mediterráneos y en el cristianismo como si de un cáncer social se tratara. Progresismo es hacer prevalecer los derechos de maricones y lesbianas por encima de los de cualquier otro ciudadano. Progresismo es adoptar el feminismo y la ideología de género como doctrina igualitaria en un mundo globalizado en el que cada uno trata de ser lo que quiere ser. Progresismo es potenciar la industria feminista y de género creando y manteniendo cientos de asociaciones donde un ejército de “coñíferas” (no confundir con coníferas) hacen dudar de su sexo a los indecisos púberes con sus academias de confusión sexual. Progresismo es forzar el lenguaje para llamar a los miembros “miembras” y ya en el colmo del delirio, a la patria “matria”.
Todo esto es la izquierda española y así les va o les empieza a ir cuando la derecha liberal, en gran parte la autora de la creación de trabajo y bienestar social, se muestra tanto o más Progresista (con mayúscula) defendiendo los derechos humanos, la igualdad entre géneros, la educación de calidad, el esfuerzo y la competitividad, el respeto a las Instituciones, a la cultura y las tradiciones, la adaptación y superación de los retos que plantea el nuevo mundo globalizado, el afán por hacer al hombre más libre incrementando su cultura y con ello su poder de decisión y de crítica, la meta final de crear una sociedad donde las desigualdades sociales sean las mínimas, fomentando la existencia de una clase media cada vez más numerosa como auténtico motor del desarrollo de la nación.
La educación y el trabajo hacen al hombre más libre. Frente al capitalismo salvaje, el populismo de ambos signos y el intervencionismo de la izquierda, la derecha liberal tiene remedios que a la izquierda le producen escalofríos porque desmonta su tenderete y su discurso; de ahí sus fobias ante todo lo que les llega desde la “derecha liberal y progresista”.