Dejando atrás la Cueva de Montesinos, un lugar de La Mancha donde Don Quijote estuvo (capítulos XXII y siguientes de la segunda parte del Libro), pero no Cervantes, como ya veremos, me llego a una venta, la del Celemín también relatada en esos capítulos y también paso de largo. Cerca de ella me detengo en una ermita, relatada en el capítulo XXIV, asentada sobre una derruida iglesia visigótica, reconstruida después de la Guerra Civil Española, donde veo que se venera a San Pedro Mártir, patrón de Ossa de Montiel, al que hacen dos romerías. Este santo se le escapó al Ilustre Caballero de la Triste Figura, por razones obvias.
Mi impresiona mucho ver en el altar mayor, la imagen de este santo, protomártir predicador dominico, reclutado directamente por su fundador Santo Domingo de Guzmán. San Pedro era de Verona, de familia cátara, que llegó a ser miembro destacado del Tribunal del Santo Oficio. Al pie del altar figura la Cruz de Santiago en lugar de la de Calatrava, que es la de los Predicadores. Pero mi impresión y razón de este relato, fue ver encima de su cabeza y atravesándola, un cuchillo de grandes dimensiones, como de carnicero o de los que se usan figuradamente en los carnavales o en Halloween. Me hago dos preguntas: por qué esa carnicería y qué pinta aquí este santo, a 1.775 km. de su casa y ocho siglos después de su santo asesinato.
La primera respuesta es porque los propios cátaros o albigenses, arraigados en el Mediodía francés, con la protección de señores feudales, vasallos de la corona de Aragón (ya vamos estando más próximos), se lo cargaron dándole con una podadera en la cabeza por puro fanatismo o porque cansineaba mucho predicando y matando por su afán de Inquisidor. Tenían una cruz, la de Occitania, muy parecida a la de Calatrava. Lo de ser patrón de la Ossa a tanta distancia y tiempo queda para otros investigadores.
Y como el Júcar pasa por la provincia de Albacete, se me viene a las mientes otro legonazo fanático, el de Ramón Mercader a Trotsky. Mercader, catalán, era hijo de Caridad, comunista exiliada a la URSS y que fue íntima de Lenin. Llevó a la causa a sus hijos, que prepararon en México, donde había ido a parar el bueno de Trotsky huyendo de la quema, su asesinato. Cosa que ejecutó Ramón, agente de la NKVD soviética, sin pisar la URSS, haciéndose pasar por otro ciudadano, proveniente de EEUU, ingeniero canadiense, Frank Jacson. Antes había sido Jacques Mornard, periodista deportivo, hijo de un diplomático belga. Mercader, alto y guapo él, se ligó a una secretaria de Trotsky, Sylvia, que lo introdujo en el círculo casi férreo del bolchevique, enemigo de Stalin, que lo mandó al exilio sino quería ser asesinado, después de haber sido fundamental en la revolución de octubre de 1917.
Ramón se ganó la confianza de Trotsky. Un día fue a visitarlo y le pegó con un piolet en la cabeza, matando a D. Lev Davidovich (como el tenista español de Málaga) Bronstein, judío ucraniano, que llegó a ser general soviético. Fue en 1940. Ramón fue detenido y junto con un hermano colaborador, Luis, amigo de un amigo mío, al que debo parte de la historia, estuvo en la cárcel de Lecumberri de México DF, hoy un tétrico edificio vacío. Salieron 20 años después del legonazo y por primera vez pisaron la URSS. Ramón fue reconocido como héroe de este país, por el pioletazo a Don León. La fría Caridad, madre de ambos hermanos, antes del posible abrazo de bienvenida, les dijo que tenían que adelgazar ya que habían engordado mucho en una cárcel capitalista. Ramón murió en Cuba y el hermano en España, asistido por mi amigo.