Si hace un año, la preocupación principal de los europeos – un 48% de los encuestados – era el desempleo, resultado de un lustro completo de crisis devastadora para los trabajadores, que nos colocó en una cifra de 24 millones de parados en el conjunto de la Unión Europea (UE) y de 18,5 millones en la €urozona. Al día de hoy la mayor preocupación en idénticas fechas – 58% de los encuestados – es la llegada de emigrantes desde fuera de la Unión. La situación en Oriente, Próximo y Medio y el Norte de Africa lleva deteriorándose desde la invasión de Irak en 2003. La guerra civil desde hace 4 años en Siria y la intervención militar en Libia ha acabado de colapsar toda la región.
En la zona afectada hay 7,5 millones de refugiados. La capacidad de absorción de los países de la zona producen un efecto empuje hacia Europa, entrando por Italia, Grecia y los Balcanes. Son ciudadanos que huyen de la guerra y la violencia, con dolorosos dramas personales a sus espaldas. La acogida de refugiados, voluntaria u obligada, es una necesidad humanitaria, una huella de lo que queda de civilización en un mundo donde proliferan la xenofobia, el racismo, el odio. Pero además se trata de hacer frente a las obligaciones y responsabilidades jurídicas que hemos contraído como comunidad internacional. Desde la Declaración de Derechos Humanos hasta la Convención de Ginebra. Obligaciones que muchos de los Estados Miembros de la UE están incumpliendo sistemáticamente.
En apenas un año, la crisis de los refugiados ha destruido el sistema de asilo europeo que confiaba la responsabilidad sobre el refugiado al primer Estado Miembro en el que ingresaba; ha paralizado la libre circulación de personas dentro de la UE, garantizada por el Tratado de Schengen; y ha obligado a la UE a proponer un paquete de medidas que incluye las cuotas obligatorias de refugiados a repartir entre los 28 Estados Miembros y la creación de una policía de fronteras. La Unión Europea es criticada injustamente, pero esa crítica va esencialmente hacia los 28 Estados Miembros, representados en el Consejo Europeo, que son los que limitan sus ambiciones, correcciones y progreso. No a la Comisión ni al Parlamento.
La reacción de la UE ante la tragedia ocurrida en octubre de 2013 en las costas de Lampedusa es una invitación permanente a sus innumerables repeticiones. Las políticas de los dirigentes europeos no han cambiado. No existe casi vía legal para los refugiados en Europa. Quienes desean pedir asilo en la UE tienen que llegar antes de forma ilegal, ocultos en furgonetas, en vuelos comerciales con pasaportes falsos o en barcos de contrabandistas. La UE está cerrando sus puertas. La transformación de la Unión Europea en una fortaleza ha creado las condiciones que han causado tantas muertes ante sus fronteras. Los Gobiernos de los Estados Miembros han optado, primero por respuestas unilaterales; luego por intentar coordinarse pero sin aceptar obligación alguna y, finalmente volver a actuar unilateralmente e ignorar las propuestas de la Comisión Europea.
Por otro lado la opinión pública europea está dividida a la hora de hacer frente a la tragedia de los refugiados. Dos sentimientos contradictorios se entremezclan. Por un lado, se quiere expresar la solidaridad y por otro se teme aceptar un grado elevado de inmigrantes económicos. Los jefes de los Estados Miembros podían haber optado por una respuesta que combinara un principio ético que reforzara el carácter y valor de su proyecto colectivo con una propuesta pragmática que reforzara su capacidad de actuación real. Por rutina y desidia han realizado un canje diabólico: principios y valores por votos.
Los jefes de los Estados Miembros deben de afrontar esta masiva llegada de personas en busca de asilo a partir de una visión política clara: los refugiados no son ninguna amenaza, sino que son víctimas, y los ciudadanos europeos son lo suficientemente fuertes como para soportar a largo plazo el reto de recibirlos e integrarlos. Los jefes de los Estados Miembros deben ofrecer so ayuda a los países que están dando hoy acogida a la mayoría de los refugiados (Turquía, Líbano y Jordania). Los jefes de los Estados Miembros deben reforzar la vigilancia de nuestras fronteras, sobre todo: intensificando la lucha contra los traficantes de personas y el crimen organizado. Los Jefes de los Estados Miembros tienen la suerte de contar con numerosos instrumentos de cooperación policial y judicial de ámbito europeo entre otros: Sistema de información Schengen, Europol, Frontex, la Oficina Europea de Apoyo al Asilo, etc. Es urgente movilizar estos instrumentos por motivos de eficacia y aumentar la confianza recíproca entre los Estados Miembros.
El regreso a las fronteras nacionales ¡no es la solución! El acuerdo de Schengen se firmó hace 30 años y se amplió hasta beneficiar a 400 millones de europeos. Permite que los conductores de camiones, los trabajadores fronterizos, las empresas que exportan sus productos a toda Europa. En general se trata de que personas y mercancías tengan seguridad y libertad de movimientos. Ante las crisis internacionales debemos salvaguardar y ampliar Schengen y no caer en la peligrosa tentación de volver a las fronteras nacionales, un paso que perjudicaría a los ciudadanos europeos debilitando su seguridad.
Europa no puede permitirse una gestión tan deficiente de una crisis tan grave. La crisis de los refugiados interpela muy directamente a los valores que los europeos solemos exhibir como propios y genuinos. Esto no es un debate sobre refugiados. Esto es un debate sobre Europa. Sobre qué es Europa, qué quiere representar ene. Mundo y como quiere ser gestionada. Cuando en Siria hay 8 millones de desplazados; 4millones de desplazados y más de 300.000 en las fronteras europeas, este debate de valores se vuelve más que imprescindible, sobre todo si, al mismo tiempo, unos países europeos están interviniendo militarmente en este país.