El matrimonio Clinton se mudó en el año 2001 de la Casa Blanca, en cuyo despacho oval el marido obligaba a las manoseadas becarias a tomar notas de rodillas, a una bonita zona rica de Nueva York con nombre nativo, lo que denota cierta búsqueda de lo auténtico, y en la que ambos se han ido transformando y preparando para el relanzamiento de Hillary como candidata demócrata a la presidencia yanqui.
No obstante tan bucólico retiro, el retorno a Washington se antoja próximo, si ese anacrónico señor del peluquín e ideas retrógradas llamado Donald Trump se lo permite, claro, puesto que hay mucho bobo per cápita en los EEUU amante de las armas y gorra calada hasta los ojos. Incluso algunos que votaron a Obama hoy parece que votarían a su propia némesis, esto es, a un zascandil populista con el pelo zanahorio que no dudaría en apretar el gatillo ante la presencia sospechosa de un nigger. Curioso, me reconocerán, que incluso la portavoz de Trump aparezca en la CNN ataviada con un collar formado por balas, en lugar de perlas. Por si quedaba alguna duda.
Los Clinton residen, como digo, en un idílico barrio adinerado donde todos se conocen y conducen con parsimonia, y en el que no paran de saludarse remilgadamente. Es una zona pudiente, cuya renta media dobla a la media del país y en la que mientras Bill acude asiduamente al Starbucks –desconozco si allí toca incluso el saxo-, Hillary ultima sus oposiciones a Senadora por dicho Estado. Mucho progresista, en cambio, no ve con buenos ojos el desahogado tren de vida del que disfruta el matrimonio Clinton, tras su apacible aislamiento, en una casa que costó hace quince años cerca de los dos millones de dólares.
Es posible incluso que a Bill le apoden con sorna “el francés”, habida cuenta de sus preferencias sexuales y del buen rollo que anida en el barrio, aunque según los sondeos y análisis la campaña de Hillary está resultando demasiado familiar. Esperemos, por su propio bien, que los fantasmas del pasado no le pasen factura.
La carrera a la White House avanza y de momento Hillary Clinton debe superar el famoso escollo del nevado Iowa –ganarlo no supone nada pero perderlo suele joder bastante- y deshacerse antes de su contrincante demócrata, el independiente Bernie Sanders. Si consigue en verano ganar las primarias y obtiene su nominación a las presidenciales, su próximo round deberá librarlo ya en el mes de noviembre previsiblemente frente al precitado Trump, último escollo para convertirse, tras cuarenta y cuatro hombres, en la primera mujer Presidenta de los Estados Unidos de América.
A mi Hillary me cae bien, qué quieren que les diga, a diferencia del excesivamente simpático y rijoso Bill, mientras que si cualquiera de ustedes busca la palabra zafio en el diccionario probablemente les aparezca la foto de Trump. Espero y deseo que, como dijo George Washington, “en ningún momento se permita que manos irresponsables controlen el gobierno”. Pues eso. Y por el bien mundial, puesto que como es bien sabido, cuando en EEUU estornudan, en el resto del mundo nos resfriamos.
Hillary, mujer fuerte, inteligente, con capacidad de liderazgo, altas dosis de realismo y capaz de sobrellevar su cornúpeta cabeza bien alta, tiene a su favor, aparte de su cercanía, la promesa de gravar con un 4 % a todo aquel gringo que gane más de cinco millones de dólares al año, a la vez que critica a su rival demócrata y senador por Vermont en temas como la sanidad y el control de armas, crítica que de paso podía haber hecho extensiva al actual Obama.
A la rubia ex primera dama, por el contrario, se le achaca su alto nivel de vida, que contradice a lo que predica, y se le reprocha su habitual discurso plano, utilizando soflamas y arengas más grises y soporíferas que las de nuestro querido “Ansar”. Los periodistas que la cubren andan aburridos y taciturnos, a diferencia del otrora perfil canallesco, bebedor y pendenciero de los gacetillas de los setenta. Permaneceremos atentos a la pantalla.
PD.: Esta semana he perdido prematuramente a uno de mis selectos lectores. Y duele. Apreciado José Luis, D.E.P.