Me hago eco de un estudio publicado en El País sobre las conclusiones de la hoy llamada Psicología Positiva, según el cual nuestra mayor o menor felicidad depende en gran medida de conceptos tales como neurotransmisores, dopamina y el “flow”, no en su acepción reggaetoniana, sino como el fluir o dejarse llevar. Tal corriente llega a afirmar que el 50 % de nuestra felicidad depende incluso de las predisposiciones genéticas, mientras que tan sólo disponemos de un 10 % “de mejora”. El 40 % restante se atribuye a la voluntad.

Actualmente, casi todo es medible y científicamente empírico. Los positivistas aúnan en cinco elementos el concepto, llamemos genérico, de la felicidad, a saber: emoción positiva, fluir, el sentido, los logros o experticia y las relaciones positivas. Supongo que la Psicología Negativa consistirá en apellidar con el dicho término todo aquello que su némesis considera positivo.

La ciencia atribuye al cerebro, y a sus curiosas transmisiones, la clave en la que radica el ser o no feliz, el cuánto ser feliz y su duración. La felicidad, convendrán conmigo, es algo efímero. A mayor felicidad, mayores niveles de dopamina y cuando ésta disminuye, nos sentimos apáticos y atribulados, cundiendo en nosotros el desánimo, lo que nos acerca peligrosamente a la anhedonia. Suele confundirse felicidad y hedonismo, como sólo el tonto confunde valor con precio. Cuando hablamos de felicidad debemos hacerlo tanto por acción –estado de grata satisfacción espiritual y física- como por omisión –ausencia de inconvenientes o tropiezos-.

En síntesis, el estudio parte de una premisa: una emoción positiva -comida, sexo, y no necesariamente en este orden- nos hace pasar a la fase “flow”, esto es, pasamos a digerir y experimentar lo que nos provoca dicha emoción. Si a dicha emoción le atribuimos algún sentido, tanto mejor, y si la conducta en sí obtiene algún logro la cosa ya es para nota. Todo ello enmarcado en un contexto de relaciones personales, en las que compartir nuestros desvelos y alegrías.

En mi opinión, tampoco han descubierto nada nuevo en Harvard, California o en Pennsylvania, vamos, y es bastante sencillo alcanzar un mini-estado de felicidad inmediata. Lo complicado es estabilizarla, convertirla en duradera y que forme parte de, al menos, una etapa de nuestra vida. Yo añadiría como factor determinante el lugar y las condiciones en que uno nace y saluda a esta vida, clave en el posterior devenir de su sonrisa o de su llanto. No es lo mismo nacer en la Costa Amalfitana que en el País Bassari senegalés. Quizá por ello Frida Kahlo dijera aquello de que “hay algunos que nacen con estrella y otros que nacen estrellados”, pictórica frase que, curiosamente, nunca he oído pronunciar a ningún desgraciado, que parecen resignarse a su suerte y no teorizar, sino a los bienaventurados.

Los avances en la tecnología o la medicina en lugar de relajarnos y contribuir a nuestro bienestar están consiguiendo el efecto contrario: nos generan ansiedad. Muy alegremente se asegura que casi el 80 % de las personas que se ejercitan tres veces por semana son más felices, aunque yo conozco a mucho runner y lunático del gimnasio amargado. Creo que más que positivo lo que hay que ser es optimista, o al menos ponerlo en práctica, y así lo atestigua la neurociencia. Como decía Keller, “mantén tu rostro hacia el sol y jamás verás la sombra”. Pues eso. Y un consejo: no se arrimen mucho al típico cenizo pesimista, puesto que la desidia es altamente contagiosa.

Happiness

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