No se trata de un grupo humano o legión de seguidores de los desmanes robóticos de Mazinger, por cierto, entre los que me incluyo. No. La llamada Generación Z ha nacido y se ha criado con los smartphones, amamantándose con las tablet en un mundo enteramente digital. La conforman sujetos impetuosos, autodidactas, creativos y netamente sobreexpuestos a la información –también a la desinformación, claro-, nacidos entre 1995 y el año 2010, en plena crisis económica mundial.
Su DNI electrónico marca su carácter talentoso, curioso y según la revista Forbes interactúan impacientemente. Ávidos de información, perciben la vida a través de una pantalla y valoran el equilibrio entre la vida personal y laboral, anhelo profesional que muy tardíamente descubrieron sus antecesores bajo el apelativo de conciliación. Espero que también sepan valorar y modificar el actual horario de las jornadas laborales españolas, que asemeja el trabajo de oficina al del campo: de sol a sol.
Quizá ya lo vaticinara, en clave sonoramente etílica, y ataviado con un discreto jersey amarillo el tontiloco de Fernando Arrabal en su célebre aparición televisiva, ostentórea y expectorante, con aquello de “el milenialismo va a llegaaaarrrr”, que es el primer viral que recuerdo. Efectivamente, los Millennials ya llegaron y han dado paso a otra generación posterior, cuyo vocabulario transita entre términos como blablacar, tinder, snapchat, tumblr o twyp. Y hasta elaboran sus propios acrónimos. Disculpen tanto anglicismo, pero es que la materia tecnológico-generacional se las trae.
Celebro que los Z, que prefieren la rebeldía al convencionalismo, opten por compartir y que su relación con el vil metal haya cambiado sustancialmente. Quieren disfrutar de las cosas pero sin la necesidad de poseerlas, cualidad que, a mi entender, los tilda de inteligentes.
A esta generación, que ha disfrutado de Internet como elemento vehicular para sociabilizar y aprender desde edades tempranas, ya hay quien la diferencia de los Millennials o pléyade anterior, nacidos a finales de los 80 en plena fiebre del break-dance, como si formasen una suerte de especie más sofisticada, avanzada y tecnológicamente preparada que su antecesora en el abecedario, cuyas últimas letras hoy nos sirven de nomenclátor. Otra diferencia radica en sus expectativas laborales, puesto que son más emprendedores y llegan al trabajo mejor preparados, menos titulados y más equipados para el éxito. Para los Millennials, sin embargo, son unos vagos.
Si vd., apreciado lector, tiene dudas acerca de su encasillamiento en tal o cual progenie, pruebe a hacer el test Pew Research para conocer, al menos, cuánto de millennial tiene entre sus genes, o lo que es lo mismo, how millennial are you?. Sorprendentemente, y tras responder a las 15 preguntas facilonas del cuestionario yanqui, no consigo siquiera etiquetarme en ninguna variante, lo que me convierte en un apátrida generacional, puesto que mis resultados están más próximos a los baby boomers –es decir, los que vinimos al mundo en masa merced a la explosión demográfica- que a los Millennials. Pero, ¿qué broma es esta? (Miguel Ángel Aguilar dixit). Soy un descastado con rasgos de todas las generaciones sin pertenecer, según parece, a ninguna. Quizá la mía sea la Generación XYZ.
Otros rasgos positivos de la nueva casta son su respeto por la justicia, el medio ambiente y la aceptación a ultranza de la diversidad. Fantástico. También disponen de un know-how del que carecen otras generaciones. Junto al miedo a perderse algo o “fomo” –Fear of Missing Out-, estos mutantes ejercen activamente el voluntariado y compran online. Y es que su actitud en masa ha provocado hasta cambios político-sociales, como los del 15M o el Occupy Movement, aunque se les critica su falta de constancia en tales menesteres reivindicativos. A pesar de sus pros y contras, el arriba firmante, inclasificable según el test de marras pero que comparte muchos de sus principios y actitudes vitales, sinceramente, les da la bienvenida y lamenta que no hayan llegado antes.
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