Ya se van apagando los ecos del griterío feminista del 8-M, jornada histórica según la lenguaraz prensa progre (todo evento pasado es historia), en la que las “manifas” fueron multitudinarias pero la huelga desastrosa, apenas un 5% de seguimiento y es que salir a la calle a esfogar gritando y echar después unas birras no es lo mismo que dar a la causa el sueldo de un día con su acompañamiento proporcional de vacaciones y paga extra. Por eso el “Gobierno bonito” de “miembras más bien feas” no se sumó a la huelga pero sí salió en tromba a gritar contra Casado (dónde están, no se ven las banderas del PP) o contra Rivera (feminismo liberal, ridículo total). La vicepresidenta Calvo y la ministra Celaá (las caras son el espejo del alma), acompañadas de una tal Begoña que va por la vida de “Reina Leticia”, más parecían estar recordando sus andanzas universitarias que representando a todos los españoles, a los cuales gobiernan, haciendo gala de un sectarismo supremacista excluyente, intentando apropiarse para el Psoe de un movimiento controlado desde mucho más a la izquierda.
El manifiesto, típico panfleto de la izquierda revolucionaria, da la impresión al leerlo de que habla de un país lejano a nuestro entorno, Cuba, Corea del N., Yemen, Arabia Saudita, Turquía, Afganistán etc. Es difícil viviendo en España sentirse aludido por la mayoría de las cosas que en él se dicen y por las que dicen luchar. Más bien se trate de un texto mitinero dedicado a la progresía más cutre para seguir manteniendo los cientos de chiringuitos ideológicos de género, donde unas cuantas descaradas viven a cuerpo de rey, subvencionadas por los gobiernos de izquierda y engañando a las pobres infelices a las que dicen defender.
Un día más en el que las feministas excluyentes “feminazis”, que abuchearon incluso a las manifestantes de Ciudadanos y a quien no comulgaba con sus ideas vinieron a demostrarnos cual es su idea del mundo y en qué pretenden convertir a nuestra sociedad, española y occidental. Vean si no la muestra de las activistas de Femen frente al Vaticano tan coreadas por toda la extrema izquierda española.
Varias citas de mujeres sensatas han circulado estos días por las redes: “Las mujeres que han cambiado el mundo no han necesitado nunca mostrar otra cosa que su inteligencia” de la premio Nobel de Medicina Rita Levi Montalcini o la que atribuye a la doblemente galardonada con el Nobel, Marie Curie: “Nunca he creído que por ser mujer deba merecer tratos especiales. De creerlo estaría reconociendo que soy inferior a los hombres, y yo no soy inferior a ninguno de ellos”, que contrastan notablemente con los exabruptos lanzados por las representantes de nuestro Gobierno socialista, que hoy reclaman derechos que sus mismas compañeras de partido negaron en la República, el derecho al voto femenino, al que se opusieron ferozmente sin éxito dos feministas de apellidos “típicos españoles” Nelken y Kent frente a una liberal del Partido Radical, Clara Campoamor. Notable fue al respecto la crónica parlamentaria publicada en ABC por Wenceslao Fernández Flórez en la que vino a decir: “para orgullo de la superioridad masculina, estamos seguros de que ellas nunca podrán superar nuestros absurdos” .
Visto en el Diccionario de la RAE el significado de feminismo “Doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres” y trasladando al Siglo XXI eso de las capacidades y derechos tradicionalmente masculinos que ya no son tales, quiero manifestar públicamente mi condición de “feministo”, que debería ser el palabro con el que me calificarían las de la ideología de género. Lo soy porque yo defiendo los mismos derechos y obligaciones para el hombre y la mujer, aquí y en Riad; quiero en el mercado laboral a igual trabajo idéntico salario; odio la violencia llamada de género venga del género que venga y no trago con la cantinela de la violencia machista; quiero las mismas oportunidades para ambos sexos sin discriminación alguna; quiero que el Estado trabaje por la conciliación familiar y proteja a la mujer de forma que la maternidad no sea una rémora a la hora de acceder o permanecer en el mundo laboral; quiero una educación de calidad para ambos sexos sin la intoxicación con doctrinas de género; quiero que desaparezcan el acoso sexual o psicológico, vengan de donde vengan; no quiero que el racismo y la xenofobia se conviertan en enfermedades enquistadas en nuestra sociedad; deseo que, para todo esto se cumpla, comencemos por establecer un sistema educativo que ponga en valor a la persona como tal, con sus virtudes y sus defectos y se eduque para aumentar las primeras y ser comprensivos con los segundos. No guardo rencor a un régimen que permitió que mientras yo perdía el tiempo en la garita de un cuartel de la “puta mili” mis compañeras de carrera pudieron optar a preparar oposiciones y muchas de ellas las aprobaron, que no todo fue tan malo tiempos ha, feministas de pacotilla.
En fin, dejando claro que soy “feministo” y que no me siento representado por quienes, hombres o mujeres, politizaron una reivindicación de toda justicia por la que también muchos hombres y mujeres trabajando y en silencio luchamos por conseguir, quiero recordar aquella anécdota en la que unas personas hacían terapia de grupo describiendo cada una cual era su trabajo, sus aficiones etc. Uno de ellos, después de oír cómo se expresaba una lesbiana, comenzó su intervención diciendo: Me llamo Manolo, soy albañil y acabo de descubrir que también soy lesbiano. Pues eso.