La igualdad y la no discriminación son el alma de los derechos humanos, el cimiento del Estado de Derecho y el grito de sociedades justas y solidarias. Sin embargo, en 2025, la violencia contra las mujeres sigue siendo un muro que desafía a toda la humanidad. El feminismo no es un adorno para selfies ni desfiles; es una urgencia que nos exige respuestas inmediatas.

La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW, 1979) sigue siendo nuestro faro, con una misión implacable: arrancar de raíz la discriminación y la violencia de género. Pero la realidad nos golpea con cifras escalofriantes: en 2023, más de 51.100 mujeres y niñas murieron a manos de parejas o familiares; en 2024, una mujer caía cada 10 minutos por violencia machista. Y en 2025, la sombra no se despeja y los datos parciales ya apuntan a un monstruo que no afloja. La violencia se ha vuelto más feroz y escurridiza, alimentada por conflictos armados, el cambio climático y la selva digital con su acoso online y mobbing laboral. 

La igualdad de género no significa uniformidad ni convertirnos en autómatas. Es garantizar que el sexo no te corte las alas, ni te arranque derechos, oportunidades o recursos. La ley debe ser justa, pero también viva, abrazando cada realidad para que nadie quede atrás. Y aquí está el gran fallo: las instituciones públicas, que deberían ser un escudo, son un campo de batalla. Mujeres acosadas por superiores “puritanos” que predican virtud mientras esconden corrupción, y persiguiéndolas si no ceden a chantajes repugnantes. Poderes corruptos, cómplices que miran al cielo y un sistema que protege a los agresores mientras asfixia y silencia a las víctimas. El acoso psicológico y el abuso diario son una pesadilla cotidiana que debemos desenmascarar.

El costo de esta violencia es desgarrador: salud física, sexual y mental en ruinas, niñas que dejan la escuela, mujeres en empleos precarios o sin empleo digno. Si eres migrante, vives en el medio rural, tienes una discapacidad o enfrentas una crisis humanitaria, el golpe se multiplica por mil.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) prometen no dejar a nadie atrás, pero sin parar esta violencia, son solo palabras vacías. No hay sostenibilidad sin empoderamiento femenino; si la mitad del planeta sangra, el crecimiento inclusivo es un espejismo roto.

La solución es cristalina y tajante: educación desde la cuna y tolerancia cero a la impunidad. Seas pez gordo o intocable, si acosas, pagas. Basta de planes vacíos que se pierden en palabras; exigimos acción con presupuesto de verdad y respaldo total a los movimientos feministas que enfrentan esta lucha en las calles y en la esfera digital. Esto solo prende si lo arropamos en una sociedad que viva los derechos humanos sin excusas: universalidad, igualdad, solidaridad, dignidad. Los derechos humanos no son frases para colgar en la pared, son el arma para construir un mundo realmente justo y solidario.

En 2025, el feminismo no es un lujo ni un capricho; es una deuda histórica que quema. Mientras las instituciones encubran una violencia silenciada, no podemos seguir mirando hacia otro lado. Hay que gritar hasta quebrar la voz, exigir cuentas sin temblar y actuar sin pausa. Porque los derechos de las mujeres no se negocian: se exigen, se ganan, se defienden. Y hoy, más que nunca, toca pelear.

 

Dra. ASCENSIÓN PALOMARES RUIZ

Catedrática

Presidenta de la Asociación Europea “Liderazgo y Calidad de la Educación

Premio por la Defensa de los Derechos de la Mujeres Mayores

 

«Feminismo: una deuda urgente que no admite más silencios»

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