Eutanasia

Un asunto de «vida y muerte», eso es lo que el Congreso de los Diputados aprobó por 201 votos a favor, 140 en contra y 2 abstenciones, resucitando la proposición de ley para regular la eutanasia después de haberla matado con anterioridad hasta en tres ocasiones.

Ángel Hernández estaba allí para ser testigo de la votación. Demasiado tarde para él y, sobre todo, para su mujer, María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple a quien su marido suministró pentobarbital sódico, un anestésico mortífero en dosis a partir de los 5 gramos. La decisión de morir la tomó ella, lo que dejó registrado en una grabación con la esperanza de exculpar a Ángel ante un Tribunal.

Sin embargo, no es necesario referirse a un caso tan mediático para constatar un hecho invariable: el legislador camina muy por detrás de la sociedad, tanto que ni siquiera distingue su estela. La proposición de ley, una vez leído su articulado, entiendo que no puede ser más garantista. Los trámites, requisitos y plazos exigidos, propios de El Proceso de Kafka, harán de cada solicitante un Josef K., a quien terminará matándolo la enfermedad antes de que lo haga la burocracia.

Quien haya vivido lo suficiente comprenderá que no hay nada más inhumano que oír los gritos de los ancianos dementes de las residencias, sin más recuerdo que compartir con sus familiares que el de su degradación como persona; nada más desesperanzador que acompañar a un enfermo terminal sedado, a la espera de que los cuidados paliativos surtan efecto y llegue pronto ese fallo multiorgánico que acabe con su calvario; nada más cruel que obligar a quien sufre un dolor irreversible e insoportable a que prolongue su tortura sine die.

Llegado el momento en que todas estas personas ya no tienen capacidad para ejecutar su propio fin, la ley debe ayudarles a que se marchen con seguridad y dignidad. Nadie puede ser obligado por acción u omisión a convertirse en un mártir, nada tiene que demostrar aquel que ha convivido con el sufrimiento más extremo. Concedámosle por derecho esa última voluntad.

Miguel Ángel Molina Jiménez

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