Tantas veces de jóvenes oímos hablar del «sueño americano», aquel en que el mérito permite el progreso a escalas sociales diferentes y superiores a las de tus progenitores. Lo cierto es que desde niño me persiguió esta cuestión, en una sociedad en la que se percibe como una forma de escala social soportada en su calidad democrática, después fueron mis estudios de ciencias políticas y sociología dónde investigaría y constataría que es un tortuoso camino de obstáculos, pero posible en este tipo de sociedades,… y hoy puedo asegurar que ha sido así.
Aún recuerdo a mis padres tratando de darme la mejor de las educaciones en casi su totalidad pública, y tras mis estudios universitarios en una incipiente universidad, la de Castilla-La Mancha, el fantasma de un título que «valdría menos» que el de otras más asentadas de la capital. En el último año de estudios, ellos ingresarían en un banco gran parte de sus beneficios empresariales para provocar mi contratación, aunque muy a su pesar sería un intento frustrado. No se trataba, por otra parte, de falta de confianza en mis cualidades, sino porque era la manera, la costumbre, si el apellido no lo permite, quizá sí el dinero.
Pero entonces aparecieron los jóvenes catedráticos llegados de la Autónoma de Madrid y de la Complutense que apostaron por mi entrada en la institución, lo que provocaría en mí una gran confianza, pues ellos conocían otros estudiantes en sus universidades… y un nuevo pensamiento «no debería ser tan malo». Así nacería mi apuesta por la enseñanza superior, pero siempre buscaría el mérito sin olvidar mi pueblo «Quero», mi región, mis raíces y la transferencia que pudiera devolverles.
En mis primeros currículums incluía mi trabajo como contable y oficial de pala (sin contrato) en la panadería de mis padres, y ahora que logré esta cátedra lo sigo reivindicando. El esfuerzo y tesón continuo por tener que demostrar que eres mejor, sin duda, se lo debo a ellos.
En la Universidad forjé mi personalidad, pues me declaré objetor y no realicé el servicio militar, tan importante para muchos en esas lides. Formar a personas al tiempo que uno es formado en relaciones personales, integración cultural, dimensión global y, por supuesto, en tantas cuestiones en las que la investigación y estudio te permiten especializarte. Y todo, quizá por eso seamos parte de su historia, dentro de la Universidad de mi vida, la de Castilla-La Mancha.
Entre los elogios de estos días, me quedo con el que me lanzara una excelente catedrática (Dra. Díaz) de nuestra tierra, miembro de la Comisión que me evaluó, que me calificó como «hombre del renacimiento» por mi visión generalista de la ciencia que adquirí de mi gran referente de mi niñez, mi tío Alfonso Ruiz Castellanos. Entre los apoyos, me quedo con el de mi Rector (Julián Garde) que le vi emocionarse en un abrazo sentido antes de mi evaluación. Entre mis logros, ver a varios alumn@s en mi concurso y a una de ellas trasmitirme esa misma mañana que quería investigar en su tesis doctoral conmigo como Director. Entre mis emociones las vertidas en los concursos de mis compañeros de equipo de investigación (Dr. Alfaro y Dr. Nevado). Entre mis responsabilidades continuar adelante con mi escuela y mi trabajo en Econometría. En cuanto a mi persona, ver a mis hijas y a mi compañera de vida (Sonia Castellanos) con el orgullo en sus mejillas, sabiendo que el tiempo para alcanzar tantos méritos, en gran parte, es sólo un regalo suyo.
En el futuro una apuesta por nuevos retos, no me cierro a ninguno a medio plazo, pero siempre me entusiasmó tanto el servicio y gestión pública, como la transferencia, por lo que seguro que este panadero y ahora también Catedrático de Economía Aplicada, si la vida se lo permite, continuará en su tesón por alcanzarlo, para que los posibles éxitos si llegan, lo sean de tod@s. Gracias.
PD: no soy hijo de maestros, pero el mérito de mi carrera, si tuvo alguno, es que tuve siempre grandes maestros de los que aprender.
Dedicado a mis seguidores.