Me ofrecen la oportunidad de opinar en este medio y digo que sí, claro. Y lo agradezco, faltaría más. Porque a mí opinar me gusta tanto como el jamón pata negra, que me gusta hasta encima del suelo. Aunque en los últimos tiempos opinar se esté volviendo una actividad de riesgo. Algunos de mis amigos dicen que ya no se puede hablar con nadie de política sin terminar en una ola de insultos.
Tal y como está el país todos vamos necesitando un oráculo que nos diga por donde va a terminar este circo de alianzas y amores contrariados. A este paso, vamos a enfilar por el camino de baldosas amarillas para pedirle al Mago de Oz, coraje, corazón y cerebro para algunos de nuestros políticos; o coraje, o corazón, o cerebro. No estaría mal una solución mágica para este embrollo.
Hace poco tiempo opinar de política estaba chupado. Era el tiempo feliz del PPSOE. Mucha gente creía que estos dos partidos encarnaban el eje del mal. Con ese enemigo común casi todo el mundo se manejaba bien. Las redes sociales vivían en un chiste permanente. Pero en las últimas elecciones europeas apareció un partido nuevo: Podemos. Aquí en Albacete la gente preguntaba: ¿quiénes son esos? Creo que es gente de la Universidad, contestaban otros.
Poco después, Ciudadanos decidió dar el salto a la política nacional desde Cataluña. En poco tiempo, pasamos del eje del mal al arco iris de partidos: rojos, azules, naranjas, morados y los otros rojos. En el entretanto se nos fue el rosa definitivamente (RIP), mientras los nacionalistas seguían ahí, claro, como el dinosaurio de Monterroso.
Por si fuera poco, Cataluña celebró unas elecciones autonómicas que contribuyeron a incrementar el caos. El agua y el aceite se juntaron en una lista única. El candidato a Presidente no iba el primero de dicha lista sino el cuarto. Esto ya era raro, ¿no? Durante unos meses, el gobierno de la Generalitat estuvo como pollo sin cabeza. Al final le pusieron la cabeza de un candidato de la lista de Gerona que pocos conocían. Sublime. ¿Quién es ese Puigdemont? Preguntaba la gente. No sé, es clavado a Buenafuente pero con peluca, decían. Ya, pero no sabéis pronunciar su nombre, decían ufanos desde Cataluña. Perplejidad absoluta. Y no solo por esto, ya saben.
Al final de este empacho electoral llegaron las generales. Hoy tenemos un parlamento multicolor porque España ahora es así, cuanto antes lo asumamos, mejor. Para ponerle la cabeza al pollo nacional, más que nada. Esta España plural debería estar viviendo un idilio con la democracia. Sin embargo, ya no se opina con el desparpajo de hace poco. Algunos están dedicando mucho esfuerzo en construir un nuevo enemigo común inexistente, un estado represor que infunda mucho miedo, pero sobretodo mucho odio. Otros amenazan con la inestabilidad económica. Eso también da mucho miedo. Todos ellos proclaman: Nosotros o Nadie. El miedo y el odio son armas imprescindibles para la construcción del pensamiento único. Ambos neutralizan el intelecto y apelan a las vísceras. En las vísceras hay pocas neuronas y algunas se implican en la defecación. No es la mejor parte del cuerpo para tomar decisiones.
No pierdan de vista que se acercan las elecciones autonómicas del País Vasco. Para que no decaiga la fiesta, algunos se afanan en pasar la biografía y reputación de Otegui por un ciclo de blanqueado, lavado y planchado. Pretenden dejarlo como a Nelson Mandela. No es broma.
Tengan cuidado con lo que está llegando. Ahora la división no es entre rojos y azules, sino entre buenos y malos. La cuestión estriba en saber quién es quién.
Aderezando todo esto, unos reyes magos, unos titiriteros, un Padrenuestro, una concejala con el torso desnudo, una directora de comunicación meona y un genocidio cultural perpetrado por una cátedra de memoria histórica. Mientras la deuda externa sigue creciendo inexorablemente, nos mantienen distraídos con la ideología. Nos estaremos muriendo de hambre y seguiremos tirándonos los trastos a la cabeza. Maldita partitocracia.