El niñato se va a estrellar y con él cuarenta y siete millones de españoles que vamos a volver a sufrir los horrores de las exigencias y amenazas de la Comisión Europea. Lo del PSOE es enfermizo y lo de su líder demencial. El PSOE es un Partido enfermo de alzhéimer; ha olvidado quién es y cual es su historia reciente y, como un caso excepcional en esta enfermedad, no ha borrado los recuerdos de aquella época convulsa de la primera mitad del siglo pasado y vive y persiste en ellos. El nuevo PSOE es viejo. Vuelve a las barricadas, al frentepopulismo, al odio visceral a la derecha que no reconoce como moderna y democrática y la confunde con la vieja derecha caciquil y clerical de aquel lapso de tiempo que recuerda.
Pedro Sánchez une la demencia de su partido al obsesivo empeño en habitar la Moncloa. Pedro Sánchez está enfermo de soberbia, de narcisismo. Seguramente habrá gastado más de un espejo haciendo de madrastra de la Cenicienta. Él sabe que esta situación tenía varios desenlaces, pero los ha ido eliminando inconscientemente con el único objetivo de no favorecer al contrario, sin darse cuenta de que se está cerrando los pasos dejando a su futuro tan solo dos opciones, ser presidente y consolidar la presidencia para lo que haría falta unir los milagros de Lourdes y Fátima o morir políticamente sin derecho a epitafio.
En la Europa civilizada, lo normal ante una situación política en la que compadrean los que pretenden destruir la Nación junto a los que pretenden acabar con el Estado democrático, habría sido una gran coalición de los Partidos que representan a la democracia, el orden y la ley, frente a la chusma disgregadora, anarquista y antisistema. En España parece que eso no es viable y solo por dos razones, incubadas ambas en el seno del PSOE; una porque al Secretario General se le han llenado los ojos de Moncloa y el árbol le impide ver el bosque; otra por el silencio del aparato de este nuevo a la vez que envejecido Partido, cuyos miembros están jugando con dos barajas, la primera para que si no hay Moncloa y sí elecciones, acabar de un plumazo con la estrella mediática de “Pedro I el Guapo”. La segunda para si suena la flauta y hay Moncloa, en cuyo caso habrá en torno a dos mil paniaguados de designación directa del Presidente y lógicamente nadie quiere apartarse de ese camino. La única protesta, calibrada y edulcorada es la de Susana Díaz, que sería la gran beneficiaria si se juega bien la primera baraja.
Un Gobierno en minoría, con un programa que de satisfacción a las tres patas sanas que tiene esta España convulsa, modificación de la Constitución incluida y plazo de duración supeditado a las tareas de una legislatura cuasi constituyente, podría ser para nosotros un signo de madurez, para los mercados una garantía y para nuestros socios de la UE un ejemplo similar al de la transición. Pero el enfermizo PSOE y su demencial Secretario General solo quieren ver lo que piensa media España y desprecian a la otra media. Ese sectarismo que tuvo su máxima expresión en el Pacto de Tinell que hoy se pretende revivir y que establece como única línea roja la negociación con la derecha, ha de acarrearles consecuencias de las que luego se lamentarán.
Lo que ahora no quieren hacer por puros sectarismo y soberbia lo tendrán que hacer si se repitan las elecciones y como se ve venir el PSOE quedará en tercer lugar, adelantado por la auténtica izquierda que solo pone una vela al diablo y se ríe de quienes en su desorientación pone una vela a Dios y otra al diablo. Cuando las próximas elecciones coloquen a Podemos a la cabeza de la oposición y PSOE y Ciudadanos hayan pedido parte de su representación actual, no les quedará más remedio que formar esa gran coalición que ahora niegan, el PP por no conseguirla mayoría absoluta, Ciudadanos por consolidarse como Partido nacional y no seguir las huellas de UPyD y el PSOE por pura supervivencia antes las ansias fagocitadoras de Pablo Iglesias – sería anecdótico, un Partido que nace y muere de manos de un mismo nombre, Pablo Iglesias-.
Al final del proceso los españoles tendremos lo que ahora despreciamos, pero lo perdido en estos meses de indefinición costará años recuperarlo. Todo por culpa de que el niñato se quiere estrellar llevando con él al precipicio a cuarenta y siete millones de españoles.