En este vaivén de la tercera ola, para mí más bien un segundo repunte de la segunda, asistimos sin tapujos a una comedia, me lo tomaré así, de lo que da de sí nuestra arena política infectada ya por un virus que sube, baja, y que circula sin remedio.
Todo tomaba forma política desde que nuestro Presidente, incapaz de consensuar con las 19 taifas, montó un paraguas jurídico de seis meses en un estado de alarma descafeinado que podrían traer y llevar a placer los consejeros de salud con sus respectivos gobiernos. Los aplausos de los balcones con el consenso general se olvidaban y aparecían las prohibiciones más ridículas que cualquier cuerpo de seguridad es incapaz de hacer respetar, primero los allegados y su número en la mesa de Navidad dejaban campar al virus a su antojo, luego los horarios de toque de queda que eran propios hasta de las ciudades en dónde uno se encontrase y ahora el uso de mascarillas obligatorio en los últimos reductos de espacios públicos como playas o paradas de bus, pero no en todas. El resultado del exceso de información es la desinformación, por lo que la ciudadanía no sabe cómo actuar, ni explicarse que en el transporte público, en horas punta, el virus no circule.
Lo cierto es que el ocio, sobre todo en espacios cerrados, es conductor del bicho, así nos lo aseguraba Simón, por lo que sin acuerdo pero en mayor o menor medida se nos ha ido confinando a lo largo de enero por los excesos navideños y cerrando nuestros queridos bares. Alzaron voces al ministro pidiendo el confinamiento total, pero él contaba con una reluciente candidatura a President que no le permitía tal cuestión, y en estas se le ocurrió al de Castilla y León hacer de su capa un sallo y saltarse la ley, por el bien de sus ciudadanos, el juez, sin prisas dictará sentencia, pero cuando el bicho haya pasado. La última la pone Ayuso encima de la mesa, haciendo campaña en una Cataluña soleada sobre el «no cierre de bares», eso sí con la cifra más alta de hospitalizaciones, de decesos relativos y un IA14 cercano a mil, y propone que serán seis a partir del fin de semana los que puedan tomar algo en los bares, luciendo un efecto llamada hacia los turistas europeos, ¿será un «no» FITUR?
Y luego está lo de las vacunas, que pone en jaque a la propia Unión presa de su «amigo» inglés, y las farmacéuticas, que le hacen valorar la «Sputnik» rusa como una digna salida. Pero no salgamos fuera, fue el ministerio una vez más quien planteaba un protocolo para su ejecución, ante los que algunos políticos se colaron ignorándolo con toda suerte de disculpas creativas, «yo no sabía que no me tocaba» o «no quería, vinieron a por mí», e incluso algún obispo que argumentaba que el Papa estaba a favor de la vacunación, en fin un cuadro en el que hemos conocido unos dos mil casos indebidos, para los que no se sabe si habrá segunda dosis, pero ante ello, y la posible nocturnidad y alevosía, una vez más el elocuente Simón, decía este lunes que no se desperdiciara ninguna dosis y que antes se administrara al que se encontrase por allí.
La realidad es que Israel está venciendo el Covid con su programa de vacunación y en Europa tendremos que esperar en el mejor de los casos a que llegue el verano.
Así pues, ahora si hay responsabilidades y políticos que lo están «petando», no quiero dejar pasar esa feliz idea de asistir a un mitin en estos tiempo pudiendo evitar las restricciones, el horario de votos Covid y un cúmulo de disparates en favor del «interés general».
El sarcasmo me invade, aunque aplaudo a cuantos políticos se preocupan por los ciudadanos y tratan de contribuir a poner luz en este cuadro, vaya cuadro, y digo totalmente en serio que son muchos los que tratan de ayudar con su gestión a que esta pandemia sea un mal sueño. La salida es la vacuna, y mientras tanto la responsabilidad social, creo que entre todos tendremos al fin una primavera diferente, aunque mientras, casi cien mil españoles. nos habrán dejado y en nuestro claro poder de adaptación, nos molesta hasta que nos lo recuerden, ignorando tales cifras como respuesta a tal impotencia.
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