El título me retrotrae  al comienzo de los años sesenta del pasado siglo cuando tras mi examen de tercero de bachiller libre en el Instituto del parque, me volví a mi pueblo con una matrícula de honor (con “Menos Uno”), dos sobresalientes, un notable y un único suspenso, en política o lo que entonces se llamaba Formación del Espíritu Nacional, con gran cabreo de mi padre que a la sazón era el Delegado de las juventudes del régimen.

Vistas las respuestas de la encuesta del CIS en su pregunta de cómo se ve la situación política de España, no deja de ser preocupante comprobar que tres cuartas partes de los españoles la ven mala (34%)  y muy mala (40,9%), sobre todo si  echamos la vista atrás cuando hace cuarenta años cambiamos un sistema político “muy malo” por otro, justo, democrático, idílico y milagroso y a la hora de evaluar democráticamente sus resultados pasados cuarenta años resulta que decepcionan al 75% de los españoles.

Claro está que si tres cuartas partes de los españoles consideran mala la situación política,  solo cabe pensar que o bien el sistema elegido era tan imperfecto que en tan solo cuatro décadas ha quedado obsoleto o que los que han gestionado la cosa pública en estos años han corrompido el sistema hasta el punto de generar un suspenso casi general.

El nuevo sistema político nacido en 1978 basa su funcionamiento en una más de las  Constituciones que los españoles se han otorgado o les han impuesto. Como todo lo humano es mejorable y perecedero y en los tiempos que corren la humanidad avanza tan deprisa que en un lustro se producen más cambios que antes en un siglo. La cerrazón en no actualizar la Carta Magna, analizar sus carencias, desproveerla de los prejuicios y miedos con que nació y acomodarla a los nuevos tiempos y a las nuevas formas de vida es la consecuencia del egoísmo, la cobardía y la ausencia de visión de futuro que aqueja a nuestra clase política, que en general antepone intereses personales, de clase o de grupo a los verdaderos intereses de la Nación.

Estamos cayendo en los mismos errores que dieron lugar al nacimiento de la  dictadura. Sentirse español en muchos lugares de España puede resultar hasta peligroso. Encontrar trabajo en algunas provincias de España hablando solo español puede resultar difícil cuando no imposible. El nuevo sistema, corrompido desde sus inicios por quienes aprovechando las debilidades constitucionales jugaron a disgregar y por quienes para mantener el poder hicieron la vista gorda, está llegando a un desenlace imprevisible en su forma pero previsible en el tiempo y quizás no muy lejano.

Ya es muy difícil parar la máquina a la que durante tanto tiempo se alimentó de combustible. El País Vasco pretende anexionarse Navarra en los nuevos Estatutos. La fiebre catalana se propaga por las Baleares y hasta la españolísima Valencia se siente ya afectada. El resto de comunidades regionales busca disparatadamente signos de identidad, un rio, una cordillera, un santo o un héroe, el caso es ser diferente despreciando todo atisbo de razón. La educación se somete a los diecisiete  hechos diferenciales; en sanidad hay CCAA donde no te sacan una muela y en otras hasta hacen cambios de sexo gratuitos. La justicia ampara la corrupción en Cataluña y diluye en el tiempo la andaluza mientras se ensaña ideologizada contra quienes no comparten su tendencia. La clase política, enferma de abulia y de vaguería y con los bolsillos repletos por lo legal o por lo ilícito, se ha profesionalizado y vive para sí misma. Las puertas giratorias son la mejor póliza de seguro.

El sistema se ha hecho viejo y ya no satisface ni a los que lo crearon ni a sus descendientes, solo satisface a la clase política que sigue viendo en él su seguro de vida, por eso y a pesar de lo que piensan la mayoría de los españoles, la pregunta número cuatro de la encuesta del CIS pasará inadvertida.

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CIS, España suspende en política

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