365 días, exactamente los que han pasado desde mi alta en el Hospital Quirón de Albacete, después de que el Covid-19 me tuviera atrapado un mes y de él quince día intubado, lleno de agujeros ambos brazos, frascos y gomas por todos lados, una UCI iluminada como un estudio de cine y sobre todo un deambular de la muerte por entre los rincones, que si bien en los nueve días primeros y sedado era ajeno al asunto, los cuatro días restantes ya restablecido (o algo así) el conocimiento, podía adivinar quién se iba o quién se quedaba o quiénes lo habían hecho ya a juzgar por lo poco que se iba entresacando de las conversaciones entre los sanitarios.
La UCI mata y vive Dios que allí habita una corte de ángeles de la guarda, pero resulta muy difícil sobrevivir al agotado estado físico y al no menos depauperado estado psíquico que sí deriva en secuela complicada de eliminar. Después de un año, mientras descansas, asoman por los ojos medio entornados imágenes de un documental en voz baja, voces extrañas de alguien a lo lejos o gente que crees que te dice algo y sigues a pie juntillas su relato, su orden o su comentario, sin caer en que estás convirtiendo todo en una realidad paralela que nada tiene que ver con el lugar ni el momento donde te encuentras. La luz te juega malas pasadas, te transforma objetos inanimados en personajes de fantasía. Lo que tú crees que tiene vida y debe moverse permanece quieto. Por la noche, cuando algunos generosos sanitarios se retiran a descansar un rato y no inician alguna que otra tertulia, con la luz a medias imaginas un desfile de cosas extrañas que deambulan por los pasillos. De cuando en cuando fijas la vista y ves que todo está como debe, inmóvil, sin vida. Al poco vuelven a encenderse las cegadoras luces del gran estudio y vuelves, sin volver, a una realidad a medias real y a medias inventada, ¡cuántos momentos sin saber dónde te encuentras ni si es verdad lo que estás viendo o pura imaginación!.
Hace un año que dejé el Hospital después de un ataque del Covid-19 del que hasta avisaron a mis familiares que de él no salía. Conseguí salir maltrecho pero vivo, con los pulmones deshechos y algún que otro daño colateral. Lo peor vino después y de ello no quiero tratar porque parece que es de un final incierto en el que yo no puedo intervenir sino es con mi ánimo y mi coraje. Al cabo de este tiempo solo he constatado que era realidad aquello del confinamiento (que me costaba creer) donde día a día asomaban a la pantalla gente uniformada dando datos como si de un recuento electoral o golpe militar se tratara y que hacían pensar en un adelantado apocalipsis y he visto pasar un año físicamente horrible para mí y desastroso para la sociedad, hasta el punto de que ha conseguido alterar nuestros hábitos de vida sin saber cuándo vamos a poder ser lo que éramos y vivir como vivíamos.
Sigo teniendo miedo a la noche. Miles de fantasmas se mezclan en sueños y pesadillas que intentan volver a hacerme creer lo que no es ni llegó a ser, aunque con fuerza suficiente para parecerlo. En mi mente se agolpan mínimos detalles de fracciones de segundo, instantáneas, luces, sombras, colores, murmullos, comentarios, etc. A veces me pongo las manos en las sienes y digo a mi esposa “tengo el hospital en la cabeza”. Suele durar muy poco, apenas segundo, pero ahí siguen.
Sé que hay mucha gente que ha salido más derrotada que yo; otros que apenas lo han notado y otros más que ni se enteraron, pero para aquellos que aún lo sufren y para los que lo harán, voy a utilizar, seguramente mal, aquel refrán de “consejos vendo que para mí no tengo”, porque lo cierto es que si hay un consejo que debería llegar a todos es que aquí no sirve tirar la toalla ni ceder un palmo. Mi consejo, “que regalo y no vendo” es hacer acopio de fortaleza, ánimo, tesón, positivismo, es declarar la guerra a nuestra propia guerra y no dejarnos arrastrar por ninguna debilidad pasajera. La capacidad del cuerpo humano para adaptarse a lo desconocido es infinita. En un año ha cambiado la vida habitual de medio mundo y seguimos sumergidos en una burbuja de la cual apenas conocemos nada; ¿quién la creo?, ¿quién la alimenta´?, ¿quién la administra?, ¿quién la mueve? ¿hay alguien detrás de todo esto?.
No había escrito nada desde el 11 de septiembre. Seguramente lo de hoy ha salido deshilachado y carente de sentido, pero necesitaba recordar aquel horrible mes y sentirme vivo de nuevo, aunque a veces compartiendo lo que uno quisiera olvidar para siempre.